
Tomado de: Perfil de Facebook @cimarronascuba
Por: Gabriela Fernández
El acoso escolar es un fenómeno que no pasa desapercibido en las sociedad actual, y puede llegar al punto de tener víctimas fatales.
Las escuelas formadoras de maestros enseñan a prevenir estas actitudes partiendo del conocimiento de los factores de riesgo que pueden hacer a algunos niños especialmente susceptibles. La procedencia social, el grupo étnico, la orientación sexual, la diversidad funcional, la apariencia física son, por lo general, lo que la gran mayoría reconoce como circunstancias potenciales de asedio.
Sin embargo, la normalización del hostigamiento a las mujeres invisibiliza la perspectiva de género en este esquema conceptual, y la población femenina infantil es de las más vulnerables al acoso. Por desgracia, nuestros pequeños aprenden que tienen privilegios mucho antes de tener el nivel de conciencia necesario para no abusar de ellos. El acoso surge mayormente como la necesidad de reivindicación del poder, un niño repite patrones machistas de una sociedad patriarcal sin saber el alcance que puede tener su conducta, precisamente porque la sociedad patriarcal le hace notar desde que nace que su condición de varón heteronormativo le otroga superioridad con respecto a las niñas y a los niños que no cumplan con los estereotipos asociados a la masculinidad.
Mayormente los propios centros de estudios potencian este comportamiento, al remarcar la disparidad entre los sexos. Querer fomentar en los menores conductas que estereotipan los roles de género pone a las niñas en una posición de desventaja: el niño asume que la mujer es más débil porque en un momento determinado se le ha disuadido de tener conductas reprobatorias hacia ella, aludiendo a su género (que de no ser niña, la conducta hubiese sido igual de negativa, pero con una explicación más larga).
Estas pequeñas «ventajas masculinas” nos predisponen a asumir una debilidad fundamentada en prejuicios y ahí comienzan las desigualdades notables, las “cosas de niñas” como algo denigrante, los juegos de niños como un terreno casi vetado para las chicas, el juzgar su manera de relacionarse con el sexo opuesto, el normalizar conductas agresivas atribuyéndolas al género…un grupo de actitudes machistas que, de no erradicarse a tiempo, acaban haciendo metástasis en la sociedad de una forma mucho más agresiva y sin la inocencia infantil como atenuante.
La formación feminista del profesorado es fundamental si pretendemos crear un ambiente seguro para la infancia. Los niños absorben lo que ven, lo que les enseñamos, decimos y hacemos quienes nos movemos diariamente en una sociedad patriarcal. Para educar en igualdad y equidad es necesario saber ver e identificar las conductas que nos impiden reconocer y condenar al acoso.