Autor: Benita Expósito Álvarez
Publicado en: I. Hodge, S. Jiménez, O. Santana, Y. de la Rúa y A. Aguilar (coord.), IX Encuentro Internacional de Estudios Sociorreligiosos “El diálogo religioso como estrategia y arma para la paz” (Eje 3-06E03) [Multimedia]. Publicaciones Acuario.
Los pueblos africanos, de quienes provienen los afrodescendientes de todo el mundo, nunca establecieron una distancia entre su cultura y su religión, porque para ellos el mundo social estaba regido por el mundo religioso. Ellos no “creían” en su religión, sino que la “vivían”. Toda su existencia estaba prevista, dirigida y controlada por los designios de los orishas.
Una muestra fehaciente de esta afirmación la ofrece Wande Abímbola, en declaraciones hechas en una entrevista que le concedió al estudioso Ivor Miller, donde narra que su madre antes de él nacer, “fue a la casa de su tío, un famoso awó, por consulta y él le dijo que yo no moriría como los otros hijos”, además le dijo que “yo sería un babaláwo y se me debía entrenar y que algún día yo querría hacer algo que nadie de mi familia jamás había hecho, y nadie debía impedírmelo”, por esta predicción fue a la Universidad y estudió, pues en su familia todos eran analfabetos.
Esta práctica de prever el futuro de los hijos, no solo tiene una implicación religiosa, sino también social. Cuestión que de una forma u otra se ha mantenido en los afrodescendientes, quienes al ir a “registrarse” no lo hacen solo desde el punto de vista religioso, sino para obtener consejos en el orden moral y social.