por: Ania Terrero
Tomado de: www.cubadebate.cu
Antes del último 14 de febrero, Alberto buscó durante más de una semana un regalo para su novio. Alguien le comentó de un negocio privado donde personalizaban velas artesanales y pensó que sería un bonito detalle. Contactó con los encargados y preguntó si podían hacerle una con sus nombres. Al principio, no hubo problemas. Le aseguraron que el servicio estaba disponible y solo debía enviar los detalles. Sin embargo, todo cambió cuando notaron que su pareja era hombre.
“Me dijeron que lo sentían mucho, pero no me podían resolver porque eran un negocio cristiano”, cuenta a este medio. Le sugirieron, incluso, que comprara velas con corazones o cualquier otro detalle romántico, pero se negaron por completo a estampar en uno de sus productos el amor libre de una pareja homosexual.
Hechos como este, reales y más frecuentes de lo que suponemos, evidencian la discriminación que persiste en la Cuba de 2021 hacia aquellos que salgan de los códigos heteronormativos impuestos. Y da miedo, porque mientras muchos disfrutamos celebraciones de parejas sin mayores contratiempos, personas como Alberto y su novio lidian más de la cuenta con las limitaciones que imponen los prejuicios. Esa realidad insistente, en definitiva, lacera.
Solo por ello, urge naturalizar todas las orientaciones sexuales e identidades de género, los diversos diseños de relaciones de pareja y familias. Más allá de sus diferencias, todas las personas merecen los mismos derechos y deberes. Reconocer esa realidad cambiante y plasmarla en la nueva Constitución fue apenas el primer paso de un camino difícil. Asumir estas batallas desde el Código de las Familias y otras leyes es el siguiente, pero no será sencillo.
Aunque durante los últimos años, gracias al trabajo coherente y sistemático de instituciones y activistas, el respeto a la diversidad sexual ha ganado espacios, persisten no pocos estereotipos que pueden jugarles una mala pasada a los aires de cambio e inclusión. En una sociedad machista por herencias, los prejuicios aún limitan el desarrollo pleno de todas las personas. Así lo confirman activistas, investigadores y quienes lo viven en carne propia.
Para Manuel Vázquez Seijido, subdirector del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), la presencia de parejas homoafectivas no es una realidad nueva. “Sin embargo, es más visible a partir de que se introdujera de manera clara en la agenda pública el tema de nuestra sexualidad en la normativa, a partir del discurso de instituciones educativas y culturales así como de muchos líderes de opinión”, explica a Cubadebate.
La celebración desde 2008 de las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y la Transfobia y el creciente trabajo de los medios de comunicación en estos temas hablan de una voluntad política para avanzar en temas de igualdad y no discriminación.
“Más recientemente, desde 2019, la regulación constitucional de la diversidad familiar que descansa en el principio de equidad, igualdad y no discriminación ha constituido el asidero político jurídico más novedoso para defender los derechos de este grupo poblacional”, añade el subdirector del Cenesex.
Desde la perspectiva de Juan Carlos Gutiérrez Pérez, profesor e investigador de la Universidad de Las Villas, Cuba avanza hacia el respeto y la inclusión. Aunque existe un machismo ancestral arrastrado durante siglos, estas luchas van ganando posicionamientos y visibilidad, tanto en los medios de comunicación como en el marco legal cubano.
En sintonía con esta idea, el periodista Francisco Rodríguez Cruz consideró que cada vez es más frecuente la vida en pareja de personas homosexuales, sin grandes contratiempos, aunque algunas personas viven su relación como algo muy privado e íntimo, sin darlo a conocer en su trabajo o centro de estudios, y a veces hasta en la familia.
“Viven las mismas dificultades que tienen todas las parejas en relación con la vivienda, que se agrava un poco en las personas jóvenes, cuando en su casa no les dejan establecer una relación con alguien de su mismo género, por homofobia”, explica.
No obstante, “es curioso el embarazo que crea en muchas personas abordar con naturalidad con cualquier colega la relación de ese tipo de pareja. No saben cómo preguntar por la pareja, o les da pena, a veces dicen “tu compañero”, u otra fórmula que busca no herir o agredir, pero termina por ser un trato diferente”.
Anécdotas como estas hablan del trecho que queda por recorrer hacia una total naturalización de la diversidad sexual. Y en ese camino, lamentablemente, abundan los prejuicios. La discriminación a las personas no heterosexuales puede suceder en las diferentes esferas de su vida: en la familia, en la comunidad, en los centros de estudios o de trabajo. Sus manifestaciones tienden a desacreditar la legitimidad de sus relaciones de pareja, sus potencialidades laborales y sus capacidades para construir familias funcionales y criar hijos e hijas.
“Consecuencias hay muchas -señala Rodríguez Cruz- en dependencia de la asertividad de las personas involucradas en la relación. A veces la no aceptación familiar o entre el círculo de amistades puede ser muy dolorosa para las personas homosexuales, porque tienen que luchar por un reconocimiento que la heterosexualidad tiene per se. Y eso desgasta, incluso puede socavar el propio vínculo amoroso”.
Las personas de este grupo poblacional sufren además los efectos del rechazo, las burlas y el acoso que van desde las inseguridades y la depresión hasta traumas más complejos que pueden derivar incluso en el autodesprecio y el daño físico.
Gutiérrez Pérez comenta que, a pesar de los avances comprobados, persisten muchas muestras de discriminación hacia la comunidad LGBTI. “Desde la mirada lasciva, el comentario mal intencionado, el acoso homofóbico y transfóbico, hasta la negación de derechos básicos a consumir ciertos productos o servicios”.
En paralelo, alerta, con el paulatino incremento del sector privado, surgen casos donde “responsables de negocios se sienten con el derecho de discriminar, por sus posturas personales o religiosas”.
Teresa de Jesús Fernández, coordinadora de la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales, confirma la discriminación latente. En su opinión, “el no reconocimiento de las parejas formadas por personas de este grupo poblacional es una realidad a todos los niveles institucionales, sociales, legislativo, patrimoniales”.
“Que no exista el reconocimiento legal y social del matrimonio igualitario y el reconocimiento de las familias LGBTI implica que nuestras uniones y nuestras familias no gocen de las mismas garantías y los mismos derechos que asisten a las personas heterosexuales y provoca una inequidad legal y social”, añade.
Las estadísticas confirman los prejuicios latentes. Los resultados de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG-2016), desarrollada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) y el Centro de Estudios de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), son reveladores en este sentido. El 77 por ciento de las personas interrogadas estuvo de acuerdo en que las personas homosexuales deben tener iguales derechos que las demás.
Sin embargo, solo el 49,1 por ciento estuvo de acuerdo en parte en que podían casarse. En tanto, alrededor del 50 por ciento de la muestra estuvo en contra de que parejas homosexuales, tanto mujeres como hombres, aunque ellos con una cifra un poco mayor, pudieran adoptar. Más allá de consideraciones generales, no hay consenso en que estas personas cuenten con derechos específicos como el matrimonio o la adopción.
Queda claro que la lucha por la igualdad de derechos al interior de las familias cobra vital importancia para la comunidad LGBTI que, como resultado de la discriminación por motivos de orientación sexual persistente en el país, sufre las consecuencias más intensas y directas de no tener leyes que la ampare.
Las causas de estos números, aunque suene repetitivo, están en la cultura machista que aún nos signa. “La cultura y la ideología del patriarcado que se transmite y ratifica a través de toda la sociedad y sus instituciones desde la familia, la escuela, la religión, las leyes, los medios masivos de comunicación son la causa de que la población LGBTI sigan viviendo la vulneración de sus derechos”, comenta Teresa de Jesús Fernández.
Para el periodista Rodríguez Cruz también influye “la falta de visibilidad o ejemplos positivos suficientes en los medios de comunicación sobre relaciones interpersonales naturales con nuestras parejas, desde la heterosexualidad”.
En ese contexto, el incremento en los últimos años de corrientes de opinión vinculadas a diversos fundamentalismos supone un desafío extra. “La avanzada de grupos fundamentalistas ha contribuido a fortalecer los prejuicios que están en la base de las discriminaciones, incluso han intentado montar un cuerpo teórico desde la biología y la práctica cristiana que sustente esos prejuicios”, detalla Vázquez Seijido.
Afortunadamente, dijo, se observa una emergencia de teólogos, teólogas y practicantes, no solo desde la práctica cristiana, que ofrecen otras miradas en sintonía con los valores de justicia social, igualdad y no discriminación.
Código de Familias, de cara al desafío
El nuevo Código de las Familias tendrá entre sus principales retos reconocer el matrimonio, y la unión consensual, como alternativas para vivir en pareja y en familia, sin discriminación alguna en su alcance y sin distinción por motivo de orientación sexual. Relacionado con ello, deberá marcar pautas para que familias homoparentales, heterosexuales o con cualquier otra estructura, accedan en igualdad de condiciones a técnicas de reproducción humana asistida y a la adopción.
En opinión de Manuel Vázquez Seijido, el nuevo código deberá contemplar la protección a estas diversas formas de organización en plano de igualdad absoluta, sin superponer unas sobre otras. No es casual que el primer cambio sea el nombre del documento: de Código de la Familia, a Código de las Familias, en términos de pluralidad.
“El desafío mayor es la deconstrucción de todo ese mecanismo de dominación heterosexista, patriarcal, prejuicioso, que desmonte siglos de una cultura de exclusión hacia las personas LGBTI”, opina Teresa de Jesús Fernández.
En un país donde la discriminación hacia este grupo poblacional se deja ver mucho más de lo que debería, el debate previo y la aprobación en referendo del nuevo Código implica otros desafíos. Para que los prejuicios no decidan sobre los derechos de todos la ciudadanía es necesario también un trabajo de educación y sensibilización.
Desde la perspectiva de Rodríguez Cruz, otro reto radica en la poca visibilidad de las parejas homosexuales y las familias LGBTI en general. Muchas personas mantienen un perfil bajo de sus afectos ante la sociedad, “por lo cual a la hora de defender esos derechos no siempre hay una toma de postura firme, abierta y clara, incluso en personas que son líderes de opinión, dirigentes u otras que no hacen transparente esos vínculos de pareja no heterosexual de modo público, como si hacen de su trabajo o sus funciones profesionales. Quizá temen parecer activistas, o piensan que no es necesario, o subestiman la importancia de mostrarse como cualquier otra pareja heterosexual”, destaca.
Hace falta, más que nunca, potenciar una educación que trascienda los espacios formales y apueste por la inclusividad y el respeto a la diversidad. Es necesario trascender los modelos impuestos por una sociedad que limita y ahoga a sus miembros cuando no cumplen con lo establecido. En definitiva, se trata de reconocer derechos, de justicia social.
De cara al debate, insiste Vázquez Seijido, es necesario movilizar a todas esas personas que están en sintonía con la construcción de un país más justo. “Me refiero a potenciar esa capacidad como ciudadanos y ciudadanas de participar en el proceso de consulta de manera critica convirtiendo cada espacio de la nación en un espacio de sensibilización y luego, durante el referendo, convidando a expresar nuestros compromisos y ejercer nuestra ciudadanía en pos de la igualdad y la no discriminación”, destaca.
En ese camino, urge establecer alianzas entre medios de comunicación, instituciones, escuelas y activistas. Fomentar el respeto a la diversidad sexual pasa por contar con leyes que garanticen todos los derechos para todas las personas, pero también por la sensibilización de esa necesidad.
Hay que “educar a todos los niveles desde una perspectiva de género y desde una educación integral de la sexualidad, visibilizar nuestras vidas, familias, uniones de manera respetuosa y sin prejuicios, hacer campañas de bien público que sensibilicen y deconstruyan prejuicios, incluir en los currículos académicos de todos los niveles de educación y de todas las formaciones académicas toda la información necesaria para formar personas con una cultura humanista y de respeto sin distinción de etnia, sexo, género y cualquier tipo de prejuicios lesivo a la dignidad humana”, resume Teresa de Jesús Fernández.
Se trata, una y otra vez, de defender el derecho de todos a ser, hacer y amar, sin limitaciones absurdas.