por: Laura López Montoto y Mercedes Muñoz
Tomado de: Revista Alma Mater
Desde Petabyte hemos conocido de varios casos recientes de suplantación de la identidad en redes sociales que se han relacionado luego con acciones de pornovenganza o difamación, así como personas a las que constantemente les escriben para pedirles y mandarles mensajes sexuales fuera de lugar. Pero no queda ahí cuando tantos debates se extienden en post que no cuestionan opiniones, sino que atacan en lo personal a sus autores, sin que ello se considere acoso.
El chucho y pandille’o tradicional, ese que se desarrolla en el espacio físico, se vincula al maltrato social, verbal, psicológico y corporal hacia una persona — por uno o varios agresores — con la intencionalidad de hacer daño de forma sistemática y sostenida en el tiempo. De ahí que toda agresión hacia iguales en el ámbito digital puede considerarse acoso cibernético. No es un concepto nuevo, ni producto del desarrollo de las tecnologías; aunque sí se redimensiona por el impacto, alcance y atemporalidad que pueden tener estas acciones en el nuevo contexto virtual.
Si antes las burlas, por ejemplo, solo se extendían en tu familia, escuela o barrio, ahora le llega a toda la comunidad online. Se amplía el eco de la humillación y estas prácticas se normalizan y trastocan con la cultura del troleo en Internet. Incluso, el agresor puede mantener su identidad oculta, lo que lo dota de cierta impunidad.
Por tanto, se enciende una alarma en torno a la urgencia de visibilizar los rostros más cotidianos del acoso cibernético, cuyas características no siempre captamos. Un fenómeno que se suele vincular a contextos escolares y por lo general con la adolescencia. Sobre todo, porque se margina su impacto sobre quienes tienen una edad adulta, al considerarse que ya están listos para sobrellevar una situación de ese tipo o que en cierta etapa de la vida ya no pasa.
No obstante, estudios en América Latina generalizan que hasta un 38% de los estudiantes de enseñanza superior pueden sufrir insultos por parte de sus compañeros. De igual modo, casos de investigación en Cuba, dan cuenta de que el ciberacoso sí llega a la universidad. Así lo evidencia la Dra.C. Dixie Edith Trinquete Díaz, periodista y profesora auxiliar de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, como parte de una ponencia en el Centro de Investigación Psicológica y Sociológica (CIPS).
Dicho estudio, remarcaba el agravante de que el bullying sigue siendo identificado como «bromas pesadas entre compañeros», y otras actitudes como la violencia simbólica en redes se disfrazan de «preocupación» o «amor romántico». Contrario a que se esperase de un mayor nivel educativo, la violencia puede llegar a ser más pronunciada a niveles universitarios y con mayor impacto en el ámbito académico.
Conoce las 7 formas del ciberacoso
Con la naturalización de este fenómeno, en ocasiones terminamos como victimarios por no llegar a discernir cuando una opinión contraria, por ejemplo, se vuelve el centro de una actitud acosadora. Para la estadounidense Nancy Willard, una de las investigadoras pioneras en el tema, precisamente la primera forma que toma el ciberbullying es la llamada provocación incendiaria, la cual se refiere a una pelea en la red utilizando un tema que se preste a una discusión intensa.
La provocación incendiaria la inicia un usuario conscientemente para provocar a los demás, y generar burlas e insultos hacia una persona, un grupo de ellas o idea política, religiosa o de otro tipo. No obstante, también puede estallar con una publicación polémica realizada por la propia víctima, que puede llegar a ser muy compartida con la intención de que más personas vayan al perfil original a reaccionar.
Por otra parte, el hostigamiento se refiere al envío reiterado de mensajes que la víctima no desea recibir, muchas veces cargados de contenido sexual. Normalmente esa acción es repetitiva durante un lapso de tiempo bastante largo, de varias semanas o meses. En este caso es aconsejable averiguar quién es la persona y bloquear las cuentas que incurran en ello.
La denigración, otra de las manifestaciones, es una de las que mayor repercusión psicológica puede provocar en las víctimas. Lo peor es que, a veces, se establece un círculo vicioso donde las personas afectadas están expuestas en cualquier momento del día a las nuevas opiniones negativas y las buscan. Este caso es resultado de la propagación en la red, de rumores sobre una persona para dañar su imagen o su estatus social.
Asimismo, se destaca la suplantación de identidad. Esta consiste en hacerse pasar por la víctima, ya sea accediendo a una de sus cuentas o creando una falsa, con el fin de realizar acciones en su nombre, dañar su reputación y generar conflictos con sus conocidos.
Eso le pasó a la estudiante de psicología, Gabriela Méndez, a quien le crearon un perfil falso en Facebook, donde incluyeron hasta su número de teléfono. Debido a ello sufrió, en lo sucesivo, hostigamiento por parte de otros desconocidos pidiéndole fotos íntimas.
En este aspecto hay que tener cuidado también de nuestras prácticas de privacidad, porque muchas veces es la propia víctima quien confía al agresor las contraseñas de sus perfiles. Factores que se relacionan también con el tipo de acoso cibernético mediante la violación a la intimidad o el juego sucio, donde se inserta la pornovenganza.
Esta — una de sus formas más dolorosas — se presenta cuando el agresor exhorta a la víctima a realizar actos de intimidad, casi siempre de connotación sexual, y luego distribuye ese contenido de manera masiva entre dispositivos electrónicos o usando Internet, y puede incluir hasta el chantaje.
La exclusión, penúltima de las definiciones propuestas por Willard, ocurre cuando alguien es apartado de cualquier grupo, chat, juego en línea o foro web, sin que exista razón aparente. No obstante, muchas veces esa discriminación viene dada por motivos de género, orientación sexual, religión, color de la piel, discapacidad, etnia o, incluso, haber sido víctima de otras formas de ciberbullying.
Al respecto, un 11% de los estudiantes (varones homosexuales) — entrevistados por la Dra.C. Dixie Edith Trinquete para la investigación antes referida — declararon que se han sentido discriminados en Internet porque «han sido eliminados de las listas de contactos de otros amigos al descubrirse su orientación sexual» o porque «han sido ignorados cuando postean en redes sociales».
La última de las clasificaciones es la ciberpersecución, que constituye el envío repetitivo de mensajes o la realización reiterada de llamadas con contenido intimidatorio y amenazante. El chantaje y el espionaje son dos de sus ejemplos más peligrosos por los estados de ansiedad, afectaciones psicoemocionales y hasta físicas que pueden acarrear para las víctimas.
¿Quién gana con el ciberacoso ?
Cuanta más humillación, hay más clics y cuantos más clics, llegan más dólares a empresas de redes sociales. De hecho, se está haciendo dinero a cuenta del sufrimiento real. Salta a la vista la gran banalización en torno al «chucho», acoso y críticas a la personalidad de influencers y figuras públicas en Internet. En el mundo entero, los músicos por ejemplo, tienen que construir formas para desafiar los comentarios negativos y el odio de sus detractores.
En Cuba, salvando las distancias, ya muchas personas construyen sus discursos hirientes o carentes de comprensión desde las redes. Así lo pone de manifiesto la experiencia del actor Roberto Espinoza, «El Machi», que recibió tantos mensajes de aliento y agradecimiento por su personaje como críticas, amenazas y ataques personales en su perfil no profesional. Del mismo modo ocurre con actrices, presentadoras y periodistas que llegan a sentirse vigiladas por el acoso cibernético al que pueden llegar a ser sometidas por su público.
Por ende, quedaríamos con la deuda de abrir más los ojos ante los signos de que sufres ciberacoso, o has realizado una acción negativa en el ámbito digital. Sobre todo cuando este 2 de mayo se alzaron las voces en el Día Mundial Contra el Acoso Escolar y hubo que seguir señalando con el dedo las insensibles muestras de violencia digital que persisten para visibilizar su existencia, dejar de banalizar su impacto y discernir los mejores modos de actuar.