
Tomado de: www.cubadebate.cu
Por: Luis A. Montero Cabrera
La estructura de gobierno de una sociedad es necesariamente muy compleja. En la mayoría de los países la propiedad de la producción de valor está dispersa y el gobierno electo como representante de las mayorías, al menos en teoría y en el mejor de los casos, solo juega un papel regulador. Así es mucho más compleja, porque cada propiedad, por pequeña que sea, tiene su propio gobierno. Un ente privado es dueño y señor del trabajo, y algo de la vida, de sus empleados.
Si una sociedad pretende liberarse de la lacra de la expropiación del trabajo de las personas para el beneficio de unos pocos, trata de concentrar la propiedad de los medios de producción de valor más importantes en manos del pueblo mismo a través de su representación, que debe ser el Estado. Entonces el problema de la estructura de gobierno tiene otra complejidad. Queda mucho por investigar acerca de cuáles son las mejores opciones en cada caso y cada momento. Algunos esperanzadores experimentos que crearon dogmas en este sentido cayeron en la centralización y burocratización del estado y muchas veces no supieron considerar las tendencias naturales de las necesidades de las personas. Como consecuencia fracasaron dolorosa y estrepitosamente.
Uno de los vicios de las estructuras de dirección verticales en la vida civil es la pobreza de conexiones entre actividades similares pertenecientes a diferentes organizaciones. Un claro ejemplo puede ser la ciencia. Si una organización ministerial nacional encargada de promover la ciencia también tiene organizaciones científicas como dependencias directas, necesariamente tendrá que ser “juez y parte” con respecto a ellas. Entonces, todas las demás universidades y otras organizaciones científicas que dependan de las tan diversas ramas de la vida de un país necesariamente tendrán un tratamiento diferenciado, para bien o para mal. Esto es válido para muchas otras actividades que son transversales a toda la sociedad como la cultura, el deporte, el transporte, las comunicaciones, las construcciones y muchas más.
Desafortunadamente, el vicio centralizador es muy proclive a seguirse cuando las condiciones económicas son precarias. Se piensa, muchas veces con razón, que la unión de esfuerzos y de mando es más económica. Entonces ocurre que pueden obtenerse resultados positivos de forma inmediata y estancamientos muy negativos y conservadores en la perspectiva mediata.
Uno de los daños principales de las estructuras de mando verticales es la pérdida de diversidad, que es tan importante para el avance de una sociedad como para la vida natural. La adecuada combinación de lo diverso y lo unificador, en cada momento, es una clave de desarrollo en todos los aspectos.
Volviendo a la ciencia y al imprescindible papel que debe tener en el avance de un país, el problema también se manifiesta con las llamadas disciplinas científicas. Resulta que, si se requiere educar un especialista en las condiciones del mundo de hoy, donde hay inmensamente más información disponible que hace un siglo, es imposible hacerlo en toda la ciencia. Es preciso agrupar los conocimientos en similares y educar a las personas según esas ramas, como puede ser la Física, Historia, la Química, el Derecho, la Biología, las ingenierías y tatas otras. Pero los problemas de la vida real nunca responden exactamente a las barreras impuestas al conocimiento por parte de las disciplinas científicas. Los problemas pertenecen a la realidad objetiva y las disciplinas científicas son creaciones humanas convencionales.
¿Cómo puede un gobierno que se proponga conducir a un país sabiamente asesorarse científicamente? Se suele designar un asesor principal. Pero si ese asesor es ingeniero agrónomo por educación, inevitablemente sus criterios estarán modulados por sus propias raíces del saber. Lo mismo si es un físico o un historiador.
Las academias de ciencias surgieron en este mundo como lugares de refugio y promoción del saber desde el siglo XVII. Sin embargo, su evolución ha hecho que algunas de ellas se hayan convertido en un lugar donde se encuentran personas notables por su sabiduría procedentes de todos los sectores de una sociedad y practicando todas las principales disciplinas o ramas del conocimiento.
En estos días, el 19 de mayo, se cumplieron 160 años de que unos visionarios fundaran la “Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de La Habana” en la capilla de la entonces secularizada Universidad de La Habana. Se trataba de la primera de todo el continente americano y solo trece años después de su equivalente en Madrid, pero sin dependencia con esta.
La Academia de Ciencias de Cuba, en su versión desde 1996 que retomó la concepción original, tiene la característica de reunir especialistas de las más diversas procedencias sectoriales, territoriales y disciplinarias posibles. Los criterios de selección se han ido perfeccionando y hoy pertenecen a ella muchos de los más reconocidos científicos cubanos de todas las ramas del conocimiento con una ejecutoria probada.
¡Que hermosa perspectiva tiene hoy nuestra Academia cuando la Patria continua la fidelista tarea de priorizar el saber! La asesoría de los conocedores diversos para innovar y hacer que el país progrese para el bienestar de todos es capital. Es la oportunidad de oro para desplegar todas las potencialidades de un colectivo de personas que aman a su Patria y al saber, profesan todas las disciplinas más importantes y se agrupan en una Academia independientemente de sus orígenes y empleadores. Se caracterizan también por defender ardientemente sus ideas que pueden ser semillas, viables o no en la práctica, de lo mejor para todos si los decisores las saben aprovechar, como está ocurriendo cada vez más.