Comunicar la migración: desafíos y narrativas para una transformación social

Las mujeres representan 48 por ciento de la población migrante a nivel global y, en regiones como América Latina y el Caribe —incluida Cuba—, superan el 50 por ciento.

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por: Laura Amelia Alvarez
Foto: Freepik.es

La migración es un fenómeno que refleja las desigualdades estructurales de un mundo globalizado. Sin embargo, para comprender su complejidad, es indispensable analizar cómo las dinámicas de género condicionan las experiencias de quienes migran. Desde las rutas de tránsito hasta las políticas de integración en los países de destino, las diferencias entre hombres, mujeres y personas LGBTQ+ no son anecdóticas, sino que están arraigadas en sistemas de opresión patriarcales, racistas y clasistas.

Cuba no escapa a la feminización de la migración. Según análisis del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, alrededor de la mitad de las personas que salen de la isla son mujeres.

Ellas migran como jefas de hogar y sostienen economías familiares mediante remesas; como cuidadoras de familiares que migraron primero; o como estudiantes de posgrado, en busca de alternativas laborales que les permitan mejorar sus economías. Sin embargo, en los países de destino, muchas se emplean en sectores como la enfermería, la gastronomía o el cuidado de adultos mayores; roles asociados a estereotipos de género, pero que también les permiten acceder a redes de apoyo comunitario.

Por otra parte, la ausencia prolongada de padres migrantes ha reconfigurado roles familiares incrementando la carga de cuidados en mujeres y personas mayores.

Este trabajo propone un recorrido por los desafíos y oportunidades globales para comunicar la migración desde una perspectiva de género y derechos humanos, mediante la integración de insumos teóricos y prácticos que amplíen la mirada más allá de los estereotipos. Los aportes de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) o la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) fueron clave para este resultado.

Aunque la reflexión es generalizadora, puede aportar mucho para el escenario comunicativo cubano, donde los flujos migratorios han crecido y se han complejizado de muchas maneras en los últimos años.

Mujeres y hombres migrantes: vulnerabilidad, resistencia y estereotipos

En las últimas décadas, la participación de las mujeres en los flujos migratorios globales ha aumentado significativamente. Este fenómeno, conocido como “feminización de la migración”, está ligado a la globalización de los cuidados y la demanda de mano de obra en sectores precarizados, como el trabajo doméstico, la agricultura o la industria textil. Según datos de la OIM, las mujeres representan 48 por ciento de la población migrante a nivel global y, en regiones como América Latina y el Caribe —incluida Cuba—, superan el 50 por ciento.

No obstante, reducir su experiencia a la victimización —como “seres vulnerables” o “cuidadoras sacrificadas”— perpetúa estereotipos que niegan su capacidad de resistencia. Estudios recientes de la propia OIM demuestran que muchas mujeres migran como estrategia de autonomía económica, para escapar de entornos de violencia machista o para garantizar mejores oportunidades a sus familias.

Por otra parte, la migración también transforma las identidades masculinas. Los hombres suelen enfrentar presiones sociales para cumplir con el rol de “proveedores exitosos”, un mandato que se complica cuando enfrentan discriminación laboral, subempleo o deportación. En estos contextos, la imposibilidad de cumplir con esas expectativas económicas genera crisis emocionales y fracturas familiares. Además, en los países de destino, muchos hombres migrantes se insertan en empleos asociados tradicionalmente a lo femenino —como enfermería, limpieza o cuidado de adultos mayores—, lo que desafía las nociones patriarcales de masculinidad.

Comunicar estas realidades exige abandonar la narrativa binaria que presenta a las mujeres migrantes como víctimas vulnerables y a los hombres como “héroes” en un extremo, o “delincuentes” en el otro. En su lugar, es necesario explorar sus vulnerabilidades, sus estrategias de adaptación y su participación en movimientos por la justicia migratoria. La clave, de cara a los medios de comunicación, está en equilibrar la denuncia de las violencias estructurales (trata, explotación, xenofobia) con la visibilidad de las resistencias y soluciones.

Interseccionalidad: cuando el género se cruza con raza, clase y orientación sexual

Un enfoque interseccional es esencial para desentrañar las múltiples opresiones que enfrentan las personas migrantes. La teoría de la académica estadounidense Kimberlé Crenshaw, aplicada al ámbito migratorio, revela que factores como la etnia, la clase social o la orientación sexual agravan las desigualdades. Por ejemplo, mujeres indígenas migrantes en América Latina suelen ser víctimas de violencia sexual en las rutas migratorias, pero también enfrentan barreras lingüísticas y discriminación institucional en los países de destino.

Igualmente, está el caso de las personas LGBTQ+ que migran para huir de persecución en sus países de origen, pero en muchas ocasiones encuentran sistemas de asilo que no reconocen su identidad de género u orientación sexual y las exponen a entornos de rechazo.

Comunicar estos contextos exige contextualizar históricamente las opresiones y evitar simplificaciones. La violencia contra las mujeres y personas de diversas orientaciones sexuales o identidades de género es otra constante en esas trayectorias migratorias. Desde el acoso en las fronteras hasta la trata con fines de explotación sexual, estos crímenes suelen normalizarse o invisibilizarse.

Sin embargo, a menudo el maltrato no termina al llegar al destino. Migrantes en situación irregular reciben coacción por parte de empleadores que amenazan con la deportación si denuncian abusos. Además, políticas migratorias restrictivas —como la externalización de fronteras o los centros de detención— incrementan los riesgos, especialmente para mujeres embarazadas o sobrevivientes de trata.

Comunicar estos problemas implica priorizar testimonios sin revictimizar, no usar lenguajes sensacionalistas y vincular cada historia con demandas políticas o sociales concretas.

Narrar para transformar

Comunicar la migración desde enfoques de género e interseccionales pasa por desmontar imaginarios coloniales y patriarcales que reducen a las personas migrantes a cifras o dramas individuales. En su lugar, es necesario construir relatos que reconozcan sus capacidades, dignifiquen sus luchas y expongan las estructuras de poder que perpetúan su exclusión.

En ese sentido, recuperamos algunas recomendaciones para un periodismo ético y con enfoque de derechos:

— Emplear las palabras correctas: términos inexactos como «indocumentados» o «ilegales» no distinguen entre las personas solicitantes de asilo, migrantes, refugiados, entre otros. Consulte el Glosario de la OIM sobre migración o busque oportunidades de capacitación y cursos en línea para comprender la migración.

— Evitar el estigma y los discursos de odio: el uso de expresiones estereotipadas y negativas, o de metáforas y lenguaje deshumanizante que equiparan la migración con los desastres naturales (a menudo una inundación), o a las personas migrantes con animales, especialmente insectos («enjambres»).

— Dar voz a las personas migrantes: es importante incluir la voz de quienes migran y reflejar los aspectos humanos de la migración, tales como abogar e informar sobre la crisis humanitaria o la violación de los derechos humanos que enfrentan. Lo contrario puede reducir los derechos y la dignidad a cifras o a un problema de debate público.

— Evitar la victimización y la simplificación excesiva: desafiar las nociones extremistas de que las personas migrantes son un problema y mostrar historias de migrantes de éxito o su contribución al desarrollo en sus países de origen. Por ejemplo, mostrar cómo las remesas enviadas por mujeres migrantes también sostienen economías locales.

— Usar datos contextualizados: confrontar y verificar los hechos y usar estadísticas que ayuden a comprender el problema y muestren la heterogeneidad de las personas migrantes.

Estos desafíos exigen alianzas entre medios, academia, activismos y comunidades de migrantes. Solo así lograremos que las historias de migración no solo se cuenten, sino que contribuyan a un mundo donde nadie tenga que abandonar su hogar para sobrevivir, o quienes de todas formas lo hagan encuentren sociedades dispuestas a escuchar, aprender y transformarse.