Control y celos, ejes de violencia en noviazgos adolescentes

Adolescentes y jóvenes deben aprender a reconocer qué actitudes y comportamientos dentro de una relación les producen bienestar y cuáles les causan incomodidad o constituyen violencia.

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por: Dixie Edith
Foto: SEMlac Cuba

– La violencia en las relaciones de noviazgo entre adolescentes y jóvenes es un fenómeno complejo y preocupante, que afecta profundamente su salud mental, su desarrollo emocional y la construcción de vínculos saludables en el futuro.

En opinión de la joven psicóloga Isachy Peña Pino, profesora de la Universidad de La Habana, más allá de las formas físicas evidentes, las agresiones psicológicas y digitales suelen ser las más frecuentes y comienzan a manifestarse desde edades muy tempranas, muchas veces normalizadas por factores sociales y culturales que perpetúan patrones violentos.

“Comprender estas dinámicas y sus impactos, así como reforzar estrategias de prevención y el establecimiento de límites sanos es clave para proteger a las nuevas generaciones y fomentar relaciones basadas en el respeto, la confianza y la comunicación afectiva”, asegura Peña Pino, quien es también máster en Sexualidades y derechos sexuales.

¿Qué formas de violencia de género son más frecuentes en las relaciones de noviazgo entre adolescentes y jóvenes?

En las relaciones de noviazgo entre adolescentes y jóvenes, las manifestaciones de la violencia de género suelen ser las mismas que se dan en otras edades, pero con particularidades propias de esta etapa. Las psicológicas y emocionales son consideradas las más frecuentes, seguidas en menor medida por la violencia física y sexual.

La violencia psicológica se manifiesta a través de comportamientos como el control, las amenazas, las humillaciones y la manipulación; los celos son especialmente prevalentes y se presentan desde edades tempranas, entre los 12 y los 13 años, coincidiendo con el inicio de las relaciones sexuales en estas edades.

La física, en tanto, tiende a aumentar alrededor de los 16 o 17 años y disminuye conforme adolescentes y jóvenes maduran y van comprendiendo las consecuencias negativas de estos actos.

Lamentablemente, las mujeres están en mayor situación de vulnerabilidad, sobre todo cuando las relaciones involucran a hombres mayores de edad, un factor de riesgo que aumenta la probabilidad de violencia de género.

¿Cuáles mitos o estereotipos sociales encubren estas violencias? ¿Cómo operan?

Existe una importante normalización y banalización social de ciertas conductas violentas que dificultan su reconocimiento y erradicación. En las redes sociales, por ejemplo, muchos adolescentes y jóvenes acceden a contenidos que reproducen y refuerzan estereotipos machistas y masculinidades tóxicas, que justifican el control, la dominación y la agresión como parte natural de la identidad masculina.

Se celebra la idea de que los celos obsesivos, la vigilancia y el control son muestras de amor, lo que legitima relaciones poco sanas y violentas, tanto en el ámbito físico como digital. Además, las relaciones posesivas se romantizan, exaltando la entrega absoluta, el sacrificio extremo y la dependencia emocional, lo cual valida relaciones desiguales en las que la violencia queda oculta tras una supuesta demostración de amor.

Por otro lado, la violencia intrafamiliar, mal llamada doméstica, sigue siendo vista socialmente como un asunto privado, lo que limita la intervención y el apoyo a las víctimas. Dentro del ámbito familiar, la presencia de violencia entre adultos o la falta de comunicación asertiva sirven como referencias para los adolescentes, lo cual aumenta el riesgo de que muchachas y muchachos repitan estos patrones.

Estilos de crianza permisivos o coercitivos, la ausencia de modelos afectivos saludables y la experiencia de maltrato físico o psicológico también contribuyen a que estas conductas se reproduzcan. Igualmente, factores económicos y educativos pueden generar situaciones donde las víctimas permanecen en relaciones violentas por falta de recursos o apoyo, sin un lugar seguro a donde acudir.

En general, la cultura machista y la normalización de la violencia como método para resolver conflictos fomentan relaciones desiguales y violentas. Los roles de género tradicionales asignan a las mujeres una posición subordinada frente a los hombres, quienes ejercen control y dominación.

¿Cómo identificar que un adolescente está en una relación violenta?

Hay conductas indicativas, como el aislamiento social progresivo, mediante el cual el adolescente se aleja de amistades, familiares y redes de apoyo, quedando casi exclusivamente vinculado a su pareja. Este aislamiento es un claro indicio de control y manipulación.

También se manifiestan cambios bruscos en el estado de ánimo, como irritabilidad o reacciones explosivas cuando se cuestiona la relación o el comportamiento de la pareja. Otros signos visibles incluyen marcas o lesiones físicas que pueden estar ocultas bajo la ropa o justificaciones.

Además, la persona puede mostrar baja autoestima, sentirse humillada o desvalorizada verbalmente, lo cual es visible tanto en su interacción social como en su comportamiento en solitario.

¿El acceso a redes sociales y nuevas tecnologías de información y comunicación ha modificado las formas de violencia en el noviazgo?

Sin dudas. La violencia en las relaciones de noviazgo se ha trasladado al entorno digital. Es común el control excesivo en redes sociales, la exigencia de contraseñas, la vigilancia de mensajes y contactos, así como el acoso a través de llamadas o mensajes reiterados y el uso de aplicaciones para rastrear la ubicación en tiempo real.

También se observan prácticas de ciberviolencia, como la difusión no consentida de fotos o videos íntimos y la humillación pública mediante comentarios ofensivos. Estas agresiones digitales afectan profundamente la salud mental y generan ansiedad, baja autoestima, aislamiento social e inseguridad.

Estudios indican que la violencia online y offline suelen coexistir en estas relaciones. La tecnología facilita ejercer control y agresión de manera constante y a distancia, haciendo que la vigilancia digital se convierta en una forma sutil pero dañina de abuso.

Los celos y el control se intensifican en el entorno digital, lo que aumenta los conflictos y el maltrato. Existe, además, la falsa creencia de que compartir contraseñas o vigilar la actividad en línea es muestra de amor o confianza, cuando, en realidad, son indicadores claros de relaciones insanas y violentas.

¿Qué impacto tiene este tipo de violencia en la salud mental de los adolescentes y jóvenes?

La violencia en las relaciones de noviazgo tiene un impacto muy profundo y diverso en la salud mental y el desarrollo emocional de adolescentes y jóvenes. Las conductas violentas —ya sean psicológicas, físicas, sexuales o digitales— generan efectos negativos que trascienden la relación y afectan el desarrollo personal.

En términos generales, la violencia afecta notablemente la autoestima y seguridad de la persona, genera sentimientos de culpa y desvalorización, y puede provocar trastornos emocionales como ansiedad, depresión y estrés postraumático.

Esto no solo afecta la relación de pareja, sino también la formación de una identidad sana en una etapa crucial del desarrollo. El impacto en la salud mental se refleja en un deterioro general del bienestar psicológico, con repercusiones en el rendimiento académico y las relaciones familiares y sociales.

Las personas víctimas de violencia pueden desarrollar patrones disfuncionales para manejar conflictos y dificultades para establecer vínculos saludables, basados en la confianza, el respeto y la comunicación afectiva. De este modo, los patrones violentos aprendidos en el noviazgo durante la adolescencia tienden a perpetuarse en otras relaciones.

Además, esta experiencia puede aumentar el riesgo de conductas de autolesión, consumo de sustancias y pensamientos o intentos suicidas.

¿Cómo pueden los adolescentes establecer límites sanos en sus relaciones?

El establecimiento de límites sanos parte del autoconocimiento y la comunicación afectiva. Adolescentes y jóvenes deben aprender a identificar qué comportamientos y actitudes en una relación les resultan cómodos y cuáles les generan malestar o son violentos, evaluando ámbitos físicos, emocionales, sexuales, de tiempo y de comunicación.

Luego, es crucial que comuniquen sus límites de manera clara, respetuosa y firme, expresando sus necesidades y expectativas sin miedo, con un lenguaje que evite malos entendidos y permita el respeto mutuo.

También es importante que sean consistentes para mantener esos límites a lo largo del tiempo. Respetar los límites de la otra persona, desarrollar habilidades para manejar conflictos y aprender a decir «no» frente a situaciones que ponen en riesgo el bienestar son, igualmente, aspectos fundamentales.

¿Dónde o cómo buscar ayuda ante una relación violenta?

Existen las Casas de orientación a la mujer y la familia (de la Federación de Mujeres Cubanas) y servicios especializados que brindan atención jurídica y social para denunciar y acompañar estos casos.

También hay centros que ofrecen asistencia profesional desde una mirada psicosocial, como los de salud mental que existen en algunos municipios del país, el centro Óscar Arnulfo Romero (OAR) y servicios de salud pública.

No obstante, las redes más cercanas, formadas por familiares y amistades, son fundamentales para brindar ayuda inmediata y sostenida. Estas personas pueden identificar señales de violencia, ofrecer un entorno seguro y afectivo donde la persona se sienta escuchada y respaldada.

Respetar la experiencia de la víctima, motivarla a buscar ayuda profesional y acompañarla en procesos de denuncia y recuperación son responsabilidades cruciales de la familia y las amistades cercanas y constituyen pilares esenciales para la protección y empoderamiento adolescente.

La prevención eficaz de estas situaciones requiere el trabajo articulado entre familias, escuelas y profesionales. Es fundamental fomentar el acompañamiento familiar y la comunicación abierta, promover espacios seguros de confianza donde madres, padres, hijos e hijas puedan dialogar sobre experiencias y preocupaciones relacionadas con las relaciones de pareja.

También es clave promover una educación basada en habilidades emocionales y sociales, que enseñe a manejar emociones, comunicarse de forma afectiva, resolver conflictos pacíficamente y reconocer conductas abusivas. Las escuelas tienen un rol importante mediante programas educativos con perspectiva de género, los cuales han demostrado reducir actitudes violentas y fomentar relaciones saludables.

Asimismo, se debe fortalecer la autoestima y autonomía de los adolescentes, ayudándoles a desarrollar una autoimagen positiva, identificar sus derechos y establecer límites claros.