Tomado de:
Por: Lisandra Fariñas
Si se repasa la vida de la primera mujer negra pastora de una iglesia presbiteriana en Cuba, hay un eje común que la atraviesa: la vocación de servicio.
Ese, podría decirse, es un principio esencial en Izett Samá, el mejor de los motivos para quien, además de reconocerse como “negra, cristiana y pastora por vocación”, se define como “aferrada a Cuba”.
Una Cuba que, afirma, necesita de la construcción colectiva desde las comunidades, esos espacios “donde se gesta ese país inclusivo, horizontal, participativo”, con el que sueña y por el que apuesta cada día.
“La sabiduría de la sociedad está en las pequeñas comunidades y este es un mundo que tiene que continuar cambiando la mirada en ese sentido. No es desde los grandes espacios, sino desde las pequeñas comunidades donde se empiezan a transformar las cosas”, asegura a SEMlac la también coordinadora ejecutiva del Centro Memorial “Martin Luther King Jr.” (CMMLK).
Nacida en San Nicolás de Bari, provincia de Mayabeque, a 60 kilómetros de la capital, Samá cuenta que desde pequeña encontraba formas de servir a los demás, incluso antes de descubrir su fe cristiana y su vocación pastoral.
“Servir para mí no es algo que hacía por deber, sino por una convicción de que no había otra manera de vivir la vida”, apunta.
Vea la versión en video de esta entrevista en el episodio #6 de Cubanas
Un camino de retos y contra prejuicios
El camino de ser la primera mujer negra pastora en una iglesia presbiteriana en Cuba no fue una tarea sencilla, reconoce. Cuando llegó a la iglesia, en esta congregación religiosa en el país había un único pastor negro.
Proveniente de una familia vinculada a la Iglesia Presbiteriana, Samá llegó a la congregación en los años noventa del pasado siglo, inicialmente por curiosidad. Sin embargo, fue allí donde descubrió su vocación.
Aunque tenía una carrera previa como enfermera, decidió dejarla atrás para estudiar teología y convertirse en pastora.
“Conocer los presupuestos éticos del Evangelio no quiere decir, necesariamente, que las personas, incluso cristianas, estarán libres de factores culturales que condicionan prejuicios y discriminaciones como el racismo”, señala.
Aun cuando la Iglesia Presbiteriana tiene una política de inclusión y apertura, a algunos integrantes de la comunidad a la que llegó “les costaba mucho la idea de tener una pastora negra”.
“Fue difícil en el inicio, no tanto durante los estudios de Teología, sino en esa comprensión de cómo me va a recibir una comunidad siendo mujer negra y, además, soltera, cuando justamente la visión que se tiene es la de un pastor hombre y casado”, explica.
Ha sido “difícil, pero no imposible. Es en esta comunidad donde llevo 20 años”, sostiene al referirse a Los Palos, en el poblado de Nueva Paz, Mayabeque.
Esta mujer considera que el diálogo en torno al racismo dentro de su denominación religiosa ha evolucionado.
“Mi tesis fue justamente sobre la presencia y participación de personas negras en la iglesia presbiteriana”, comenta Samá al referirse a su trabajo de diploma para la obtención del grado de licenciatura en Teología, por el Seminario Evangélico de Teología en Matanzas, a unos 120 kilómetros de La Habana.
“La hipótesis es que, aun existiendo personas negras dentro de estas iglesias, les costaba llegar a posiciones de liderazgo por la invisibilización”, explica. El análisis partió de “cómo se instaura esa visión de discriminación racial dentro de la Iglesia”, agrega.
Según Samá, esto se debía a prejuicios internos que te hacen ser racista, homofóbico, xenófobo… e impiden honestamente a las personas hacer que su fe y la propuesta ética del Evangelio estén por encima de estas discriminaciones.
“La iglesia está formada por personas que son parte de una sociedad racista, aunque se diga ‘todos somos iguales delante de Dios’”, apunta.
Para ella, “la Iglesia Presbiteriana también ha tenido un proceso de formación, de crecimiento en ese sentido. Me gusta pensar que mi tesis ayudó mucho a visibilizar el conflicto, porque cuando lo naturalizas, no lo ves”.
Sin embargo, opina que “hubo un cambio en algún punto” y esos mismos prejuicios confrontaron a las personas con su propia fe y ética. El hecho, por ejemplo, de que una mujer negra sea hoy la moderadora de la Iglesia Presbiteriana en Cuba representa también “un salto como Iglesia”, dice.
A juicio de Samá, este proceso puede entenderse desde la “teología negra”, una de las “teologías contextuales que viene a poner al centro la reflexión desde una identidad negra”. Esto implica “reconocerte persona, sujeto negro con tradiciones culturales, con maneras de entender la vida, que pasan por las experiencias que tienes por el color de tu piel”, puntualiza.
“Tanto la teología de la liberación como la teología negra en América Latina dan voz al sujeto pobre, al excluido, y lo pone en el centro del amor de Dios”, explica Samá e insiste en que “el pobre tiene rostros diferentes”.
Las teologías contextuales han logrado dar “rostro a ese sujeto pobre en mujeres, jóvenes, negros y en todas las identidades que están perfectamente dentro de los grupos excluidos de la sociedad”.
Para Samá, “lo esencial de la teología negra tiene que ver con la relación del sujeto negro con Dios, que no es más ya ese Dios europeo, blanco, anciano, sino s un Dios que tiene multiplicidad de formas y multiplicidad de maneras de acercarse a las miles de identidades que existen”.
Además, agrega que “recuperar los dolores, pero también las luchas del pueblo negro, fundamentalmente en la región latinoamericana, es esencial para la identidad negra y la teología negra».
Sin embargo, destaca que “todas las teologías contextuales, aun cuando partan de una identidad particular, tienen esencialmente que estar en diálogo con todas las manifestaciones religiosas, de fe”.
No se puede fragmentar la búsqueda de la justicia desde tu identidad, cerrando la oportunidad de diálogo con otras maneras también de entender a Dios y la relación con lo divino”, sostiene.
Al reflexionar sobre su propio proceso de asumir la identidad negra, Samá confiesa que, “aunque parezca absurdo, fue bastante tarde”. Este proceso, explica, “tiene que ver con pasar por la antropología, por ejemplo, porque es entonces cuando empiezo a definirme e identificarme como una persona negra”.
“No es que no me mirara el color de la piel, pero asumir la identidad es otra cosa. Se trata de sentir que cuando dices ‘soy negra’, hay una historia cultural y una historia social detrás de ti”, enfatiza.
Alternativas en la felicidad
A esta mujer la reconforta ser partícipe, desde su espacio de fe, de la búsqueda de felicidad y justicia para todas las personas.
Al hablar sobre un fenómeno como los fundamentalismos religiosos y cómo han mutado, advierte que “siempre han existido, lo nuevo es la manera en que, desde los fundamentalismos, algunos grupos religiosos hacen política”.
El problema radica en que “se tergiversan los valores del Evangelio”, alejando a las personas de “una manera honesta, auténtica y verdadera de acercarse a Dios”, insiste.
Frente a este escenario, la respuesta de su iglesia ha sido “el principio de no confrontación” y “establecer la alternativa”, es decir, presentar a nuestro Dios, “la forma en que queremos vivir el Evangelio, la que apuesta por construir un espacio donde todas las personas se sientan bienvenidas”, dice.
Recuerda con alegría la aprobación del Código de las Familias en Cuba, calificándolo como “uno de los momentos más lindos” de su vida.
“Nunca había pensado en casarme; me casé por amor, pero gracias al Código. Mi esposa me dijo: ‘Hay que mostrar que es una oportunidad de restaurar un poco las relaciones que hasta ese momento habían sido tan dañadas’”, relata.
“Estuvimos mucho tiempo luchando por esa ley que tiene que ver con la justicia, la diversidad y los derechos”, comenta.
En esa construcción plural, el trabajo comunitario es una premisa, subraya Samá, quien defiende el hecho de que, cuando las comunidades “creen en los valores que tienen, desde ellas mismas se gestan las alternativas”.
Esa es una apuesta que el CMMLK hace desde sus redes en cada uno de los territorios, confirma. Este centro ha sido “la casa, el espacio que me enseñó a vivir en libertad y donde descubrí todo lo que es posible hacer por Cuba con gente que verdaderamente cree y siente lo que está haciendo”.
Izett Samá se declara defensora de la educación popular. “Es una de las herramientas esenciales para construir el tipo de comunidad y relaciones que necesitamos, en medio de las crisis que atraviesa Cuba”.
Es importante dar la oportunidad a todos de compartir sus conocimientos, sin que haya “quienes saben más y quieren imponer. La educación popular permite buscar un ser humano diferente, basado en el respeto y la colaboración, no en la competencia», sostiene.
Samá sueña con “una Cuba sin cegueras, donde la gente participe conscientemente y se apropie del deseo de ver al país de manera diferente”.
Imagina “una relación horizontal, de colaboración, de escucha, donde todas las personas puedan participar y crear”, sin que nadie quede excluido por pensar, vestir o amar de manera distinta.
«Me veo en la comunidad, trabajando incansablemente por ello», concluye.