Cuidados y primera infancia, derechos de las mujeres en tensión

Para las mujeres contar con servicios de cuidado para sus hijas e hijos es un derecho que protege otros, como la autonomía económica y la participación en la vida pública.

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por: Lirians Gordillo Piña
Foto: SEMlac Cuba

 La posibilidad de contar –o no- con servicios de cuidado para sus hijas e hijos pequeños impacta en los derechos de las madres y su bienestar, coinciden especialistas e historias de vida de mujeres cubanas.

Yordanka Verdecia Hernández alternó, durante un año, el cuidado de su bebé y el trabajo como económica en una empresa pecuaria en el municipio de Jimaguayú, en la provincia de Camagüey, a 534 kilómetros de La Habana.

“Comencé a trabajar cuando mi niña tenía tres meses de nacida por la difícil situación económica. Creé las condiciones para poder atenderla, para que no se afectaran sus horarios y yo pudiera cumplir con mis tareas”, cuenta Verdecia Hernández a SEMlac.

Para esta madre de 37 años dejar de trabajar no era una opción y nadie en su familia podía encargarse de la pequeña. Con el apoyo de sus compañeras y directivos de la empresa Triángulo 5 pudo combinar ambas responsabilidades. Pero, ¿a qué costo?

La psicóloga y feminista Yohanka Valdés Jiménez reconoce que “los costos son especialmente elevados cuando las mujeres no cuentan con apoyos y el trabajo de cuidado no se reconoce como una responsabilidad compartida”.

Sobrecargas, agotamiento extremo, estrés, menos acceso a oportunidades de empleo y participación social son algunos de los impactos negativos referidos por la investigadora cubana.

Verdecia Hernández recuerda que regresaba a su casa muy cansada luego de una jornada laboral en la que combinaba la contabilidad con la merienda de su pequeña, el cambio del pañal, dormirla, etcétera.

Investigaciones e informes estadísticos en la isla del Caribe dan cuenta del impacto de los cuidados en el abandono del empleo por parte de las cubanas y el decrecimiento en la ocupación laboral. Pero los costos no son solo económicos, apunta Valdés Jiménez.

“La sobrecarga de cuidado limita las oportunidades de las mujeres para acceder a espacios de participación política y toma de decisiones a nivel comunitario. Su capital social, necesario para establecer vínculos y conexiones, se ve restringido. Esta situación afecta significativamente su autonomía plena desde múltiples perspectivas, incluyendo su salud general y, especialmente, la salud sexual y reproductiva”, refiere la especialista.

Las desigualdades sociales se hacen más profundas en aquellos grupos con mayor desventaja social como madres residentes en zonas rurales, racializadas, de bajos ingresos, lesbianas y trans, o que viven con alguna discapacidad, entre otras condiciones.

“Es difícil para nosotras, las madres rurales, porque no contamos con muchas opciones y tenemos que sacrificar a nuestros hijos. Los círculos infantiles, por lo menos acá, están bastante alejados de nuestras comunidades”, refiere Verdecia Hernández.

Un derecho con múltiples beneficios

Contar con opciones de cuidado para las infancias, además de ser un derecho, repercute positivamente en las familias, madres, infantes y en la sociedad toda. En particular, para las cubanas, la historia ha demostrado que forma parte del camino hacia la justicia e igualdad de género.

La institucionalización de los cuidados de la primera infancia ocupó un lugar central en la política pública del país desde los primeros años del triunfo de la Revolución y esa apuesta rindió frutos.

Entre los primeros programas estuvieron los círculos infantiles, creados en 1962 con el impulso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Su apertura, junto a otros servicios de apoyo a las familias, fue clave en la incorporación de la población femenina a la superación educacional y al empleo.

La socióloga Magela Romero Almodóvar reconoce la centralidad de esta política en la igualdad de género luego de 1959. A su criterio, ninguno de los programas destinados a la participación de las cubanas en la vida pública hubiera sido efectivo sin eliminar los frenos que limitaban su acceso y permanencia en los distintos ámbitos sociales; los cuidados entre ellos.

“De ese modo fue analizada con especial énfasis la sobrecarga de funciones domésticas vivida por ellas, ocasionada fundamentalmente por las tareas relacionadas con el cuidado de hijos e hijas”, recuerda Romero Almodóvar en su artículo El cuidado infantil en Cuba: especificidades de su desarrollo tras la nueva apertura del sector “cuentapropista”.

Sin embargo, la brecha permanece. A pesar de ser una política priorizada por el gobierno, las capacidades ocupadas en círculos infantiles representan apenas el 18% de la demanda, según el Ministerio de Educación.

Datos presentados en el Congreso Nacional de la FMC, celebrado el 7 y 8 de marzo en La Habana, refieren que hasta esa fecha en el país se contabilizaban 1.093 círculos infantiles, con una matrícula de 135.362 infantes de uno a cinco años. Si bien se abrieron diez nuevos círculos en siete provincias, aún quedaban 21.312 solicitudes de plazas pendientes de respuesta en el momento del evento.

Además de los círculos infantiles, por la vía estatal funciona el Programa Educa a tu hijo (impulsado a partir de 1992) y las casitas infantiles, una alternativa de cuidado surgida en 1993, asociada a empresas y entidades gubernamentales.

El Programa Educa a tu hijo, iniciativa de atención educativa no institucional dirigida a niños y niñas en edad preescolar, funciona en todo el país a partir de coordinadoras voluntarias. Aunque no ofrece espacios o servicios de cuidados, sí proporciona orientación y actividades para que las familias conozcan los objetivos educativos en cada etapa y puedan acompañar el desarrollo de niñas y niños en edad prescolar.

Las casitas infantiles, en tanto, acogen a infantes de madres, padres o tutores que laboran en entidades que, a partir de sus condiciones económicas y materiales, puedan destinar fondos para su apertura, mantenimiento y sostenibilidad.

En paralelo, en el sector privado, desde el año 2010, se aprobó la figura de “Asistente para el cuidado de niños”, una actividad que se ejerce en domicilios particulares y se conoce como “casas de cuido”. Actualmente la actividad reformuló su nombre a “Asistente para la atención educativa y el cuidado de niños”, y pone el foco en el aprendizaje.

Pagar este servicio es una opción casi imprescindible para las familias ante la escasez de matrículas en círculos infantiles, la demora en el otorgamiento de las plazas y la distancia de estas instituciones a las zonas de residencia o trabajo de madres y padres. El acceso a estas “casas de cuido” varía de acuerdo a los costos de esta modalidad, que resultan impagables para el salario promedio en la mayoría de los casos.

Aimée Betancourt Blanco, oficial del programa “Cada niño aprende”, del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en Cuba, resalta la importancia que ha tenido la institucionalización del cuidado y la atención educativa a la primera infancia en la isla del Caribe. Este, afirma, es un período determinante en el desarrollo posterior de niñas y niños.

“Se trata de que el niño aprenda mientras lo cuidan, que cada actividad se convierta en un momento de aprendizaje, para que logre los objetivos correspondientes a cada etapa”, comenta Betancourt Blanco a SEMlac.

Históricamente, la organización internacional ha acompañado a instituciones cubanas, no solo con apoyos financieros, sino también con evidencias científicas, materiales educativos y programas formativos.

Unicef también ha apoyado la creación de casitas infantiles en el país. Empresas, hospitales, cooperativas agropecuarias, entidades militares y centros educativos han acogido esta modalidad que gana visibilidad y empuje.

En 2020 existían 16 y, según datos actuales, ya funcionan 182, con una matrícula de 3.910 niños y niñas. Las cifras, ofrecidas en el más reciente Congreso de la FMC, también incluyen como resultado positivo la creación de 158 nuevos empleos.

“Las casitas no solo atienden a las infancias, sino también a personas en situaciones vulnerables, brindándoles oportunidades de incorporarse al empleo y mejorar su calidad de vida”, explica Mayra García Cardentey, oficial de Educación de Unicef en Cuba.

Entre los pendientes, Cardentey reconoce la apertura de casitas infantiles en el sector privado, pues considera que falta acompañamiento metodológico a este sector para establecer alianzas y redes que respondan verdaderamente a las necesidades de la comunidad y no solo a la ganancia económica.

“Contamos con evidencias de que las personas que tienen a sus hijos en la casita tienen menos tardanzas, experimentan menos estrés y se incrementa la productividad. Su existencia crea un entorno de tranquilidad y paz en el colectivo laboral”, argumenta.

En 2024 Unicef apoyará el fortalecimiento de 80 casitas, con mayor presencia en las provincias de Holguín, Matanzas y Ciego de Ávila, al ser territorios con menos instituciones de cuidado. El proyecto, con fondos de la Generalitat Valenciana, también prevé la rehabilitación de 21 círculos infantiles en 11 municipios de La Habana, ubicados en comunidades en situación de vulnerabilidad.

Además de la reparación capital, las acciones ponen en el centro la formación integral y la eliminación de estereotipos de género. Según Cardentey, para las autoridades cubanas este es un tema importante y lo demuestran los programas y protocolos que impulsa el Ministerio de Educación.

“En este proyecto se incorpora el enfoque de género en la formación de las personas educadoras. Buscamos que los juegos de roles en la infancia no se limiten a estereotipos de género”, puntualiza la oficial de Educación de Unicef.

A pesar de los proyectos, esfuerzos y voluntades existentes, las evidencias demuestran que el cuidado de la primera infancia sigue siendo un desafío para las madres cubanas y repercute en toda la sociedad. Poner el foco en ellas, entonces, sería también una apuesta por el desarrollo del país.

“Si las mujeres tuvieran acceso a estos servicios, ganarían en salud, cuidado personal, autonomía económica, social y política. Además, podrían llevar a cabo proyectos familiares y personales mucho más saludables, fomentando la creatividad y emociones positivas que contribuirían a una vida de mayor calidad”, concluye la experta cubana Yohanka Valdés Jiménez.