Por Rita Karo y Yoandry Avila Guerra
Tomado de: Revista Alma Mater
¿Qué mecanismos psicológicos se activan al participar en hechos como los del 11 de julio?¿Están predestinados, per se, los comportamientos de grupos que se ubican en las antípodas de una situación de conflictividad? ¿Son los conflictos procesos polarizantes? ¿Sirve la Psicología para entender la cubanidad y los procesos transformadores que se desarrollan en varios ámbitos de la sociedad cubana actual?¿Cómo incide en las personas la carga semántica que imponen frases y construcciones gramaticales estereotipadas y estigmatizantes? Parecen muchas interrogantes, pero no son las suficientes para desde la Psicología, como ciencia social, entender la Cuba de hoy, sus desafíos, sus batallas nuevas y heredadas, y sus derroteros visibles o en apariencia velados.
Participan en esta sexta entrega del dossier Desafíos del consenso el Dr.C. Psicológicas, Manuel Calviño Valdés-Fauly, Profesor Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana (Psico/UH); la Dra.C. Psicológicas, Daybel Pañellas Álvarez, Profesora Titular de Psico/UH; y la Lic. Psicología, Lorena Avila Interián, investigadora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.
Desmotivaciones, participación ciudadana y otras condicionantes
Daybel Pañellas Álvarez, dice que sobre la base de estudios múltiples y de manera sostenida, los investigadores han dado cuentas del creciente descontento popular y las diversas mediaciones con énfasis desintegrador existentes en la sociedad cubana actual.
No obstante, agrega que en hechos como los del 11 de julio siempre hay un factor o factores desencadenantes. «Resulta difícil identificar ese factor, entre otras cuestiones, porque el modo en el que los acontecimientos tuvieron lugar sigue sin quedarme del todo claro, y porque los manifestantes fueron diversos en sus motivaciones, intenciones y comportamientos-cuestión», comenta.
En tanto,Lorena Avila Interián, explica que es conveniente enfatizar en aquellos elementos propiciadores que se corresponden con las condicionantes internas de la sociedad cubana, puestas en evidencia por las investigaciones sociales. «En Cuba, específicamente a partir del triunfo revolucionario, se dieron un grupo de condiciones que contribuyeron a la homogeneidad entre las familias; integrar a los grupos sociales más vulnerables y lograr grandes transformaciones para el bienestar. Sin embargo, con la llegada del Período Especial fue difícil evitar la aparición de desigualdades sociales que, más allá de diferencias económicas, se traducían en transformaciones subjetivas en la sociedad cubana».
«Las consecuencias negativas de dicho momento se reproducen hasta nuestros días. Varios procesos han sido intencionados para su resolución, como el perfeccionamiento del Modelo Económico Cubano y la Constitución del 2019. Las transformaciones para disminuir las desigualdades emergidas a raíz de la crisis de los 90 del pasado siglo, y emancipar el término equidad, han sido insuficientes, o en su defecto, han propiciado mayores desigualdades como la reciente apertura de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC)».
Mientras, Daybel Pañellas señala otros desencadenantes, de acuerdo con el contexto interno actual: las extensas jornadas de apagones frecuentes y desiguales entre territorios, en momentos donde priman el calor, los mosquitos, la escasez de alimentos y medicamentos, y la pandemia; y afirma que las consecuencias de este primer punto llevaron a desestructuraciones emocionales displacenteras.
Asimismo, apunta que el colapso del sistema de salud en Matanzas, junto al crecimiento de contagios y el aumento del número de fallecidos a causa a la COVID-19, desencadenaron una situación límite de cara a la salud, pero también a la esperanza de un retorno cercano a la «nueva normalidad». De igual modo, acentúa como otro factor desencadenante la ausencia de espacios de ocio que satisfagan necesidades de esparcimiento y recreación, sobre todo en período vacacional.
Tampoco desconoce el llamamiento realizado desde las redes sociales: «Parece más bien que las redes, desde la amplitud de articulaciones, visibilizaron la posibilidad de acciones colectivas “desde abajo”. Y para todos fue el medio que canalizó y capitalizó comportamientos y motivos, desde la apelación a necesidades en esos individuos y grupos».
Lorena Avila Interián resalta que se ha visto comprometida la satisfacción de necesidades básicas de la población, siendo más afectados los grupos con ingresos medios-bajos y los de mayor vulnerabilidad social ante la crisis, de manera especial los individuos que viven en situación de pobreza.
«Considero — tan o más alarmante que las manifestaciones del 11 de julio — los estados psicológicos apreciados en un importante sector de la población, que anteceden a las protestas y son reflejo de la realidad cubana. Aquí destacan: la apatía, la indiferencia y el agotamiento psicológico».
La investigadora apunta que «las personas reaccionan de diversas maneras. Por ejemplo, están las que creen que salir a las calles no resuelve nada y tampoco se pronuncian en sus centros de trabajo, pero cargan con insatisfacciones sobre las cuales no perciben posibilidades de solución. Mientras, otro grupo considera que no tienen qué perder ni en qué creer. En las personas que prevalece este tipo de afectividad, se dificulta el desarrollo de sus potencialidades en el ámbito laboral; no se comprometen con la construcción de un país mejor, generalizan discursos, prácticas pesimistas y paralizantes o se esfuerzan en demasía a costos muy elevados para su salud psicológica».
Teniendo en cuenta los resultados de investigaciones sostenidas durante más de una década en Psicología Social, Daybel Pañellas Álvarez define las situaciones pre-existentes y condicionantes de los hechos del 11 de julio más relevantes: el crecimiento de la desigualdad social y las consecuentes brechas de equidad; la especialista señala también el papel de la Tarea Ordenamiento, que para ella ha permitido apreciar dichas diferencias.
«Se perciben también las necesidades materiales básicas insatisfechas — alimentación, vivienda, transporte, ocio y esparcimiento como las más representativas — , mantenidas y a la espera de promesas postergadas. En los antecedentes suman los problemas percibidos en las comunidades-infraestructurales, indisciplinas sociales y violencia, principalmente; el deterioro de la dimensión motivacional, que se traduce a pocos proyectos futuros y con ello el desarrollo económico. Las necesidades y motivos con contenido espiritual-simbólico van desapareciendo, pues el presente y futuro son inciertos en Cuba».
Para la docente, se encuentran de igual forma entre los elementos catalizadores el sentido y existencia de las relaciones interpersonales con tendencia a la sobrevivencia y a la imposición del tener por encima del ser; y la desconfianza en la eficiencia y eficacia de las instituciones, percibido especialmente en las instituciones de servicio a la población que no cumplen su función.
«Hay un predominio de relaciones verticales y de poder; de insuficiencia del rol representativo y activo de las organizaciones políticas y de masas; de redes interinstitucionales con vínculos débiles; de manifestaciones de corrupción y burocratismo; así como de una tendencia a privilegiar intereses individuales y la búsqueda de su satisfacción desde redes familiares y de amigos.
«La participación social tiene lugar, en esencia, desde la información o la consulta. Destaca el escaso poder para la toma de decisiones y el bajo control popular sobre el desempeño de las funciones estatales. De esta manera, las agrupaciones espontáneas van ganando lugar, mas su legitimación se dificulta o no tiene lugar. Esto significa que se visibilizan grupos que disienten con lo establecido, de múltiples formas, pero son estigmatizados», agrega.
Pañellas Álvarez expone que el análisis de las respuestas gubernamentales se valora desde diversos ángulos: en primer lugar, con la pandemia, de un año a otro ha perdido posicionamiento la evaluación positiva de su gestión, desde la percepción de la población; segundo, se perciben inconsistencias e incoherencias entre discursos y prácticas, así como desarticulaciones y contradicciones entre algunos ministerios. Además, se cuestiona la capacidad de funcionarios, sobre todo a niveles intermedios y territoriales.
«Para muchos ciudadanos cubanos, el desarrollo de la implementación de la Tarea Ordenamiento se valora como un proceso de ensayo y error; mientras que la atención a los sujetos vulnerables suele ser asistencialista, no potenciadora de oportunidades para que los individuos aumenten su capacidad de agencia. Ello reproduce relaciones de dependencia, limita su desarrollo y no resuelve los problemas desde sus dinámicas.
«El rol del presidente Díaz-Canel es permanentemente retado y tiene múltiples consecuencias. El ejercicio de su autoridad puede debilitarse ante la confluencia de evaluaciones desde diversos ejes que giran alrededor del ser continuidad. Ocurre porque comenzó a gobernar en un escenario hostil, representando su cambio más de los mismo para algunos, frente a las altas expectativas de cambio para otros», indica la especialista, quien precisa que «ambas posturas son peligrosas: las primeras no conducen a cambios comportamentales; y las segundas tienen altas posibilidades de frustrarse, en especial por el contexto».
Mientras, el doctor en Ciencias Psicológicas, Manuel Calviño, considera que todo comportamiento humano tiene una historia que actúa en un momento dado como acumulación de factores propiciatorios de ese comportamiento. Agrega: «Lo vivido, lo experienciado, lo interpretado no desde el pasado sino desde el contexto en el que el comportamiento se produce, actúa como “sostén” de ese comportamiento y se expresa en él».
Calviño señala cómo el comportamiento se forma en una condición de emergencia en un momento-contexto, circunstancia en la que ocurre e influye en su producción.
«Decía Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Pues en simple paráfrasis podemos decir que nuestro comportamiento es una función de Yo y de mis circunstancias, acunado en esa historia que, como dije antes, le da sostén, lo hace mío, parte de mí».
«Luego tenemos que considerar al instigador, ese elemento que hace que todo el sistema — reactivo-emocional, racional-analítico y social-interactivo — se “dispare”; es decir, se traduzca en conductas. Este instigador puede ser casual o causal. En el primer caso, un elemento significativo entra en el espacio del comportamiento potencial, produce una suerte de desequilibrio en el mismo, y se desencadena la cadena de comportamientos.
«En el caso de grupos más o menos masivos y de grandes grupos, empiezan a generar procesos de contagio, y las conductas se multiplican. Esto es importante, hay un proceso de resonancia, sobre todo en los semejantes, entre las personas de esos grupos con historias, experiencias, condiciones y formas de pensar que pudiéramos decir similares. Y eso significa que la razón del comportamiento es, sobre todo, aditiva. Se suma de unos a otro, y se multiplica.
«Los instigadores causales son, de forma usual, identificados como provocaciones; como estímulos eficaces en sentido general y, también, en sentido particular. Si en el primer caso la orientación del comportamiento se va conformando en el mismo proceso de su producción, en la provocación la orientación está predefinida y es promovida por los agentes provocadores. Estos actúan no solo como instigadores, sino en igual medida como “caldeadores” — calentadores de línea, por hacer una analogía — », indica.
El profesor Calviño subraya que, respecto al análisis de los acontecimientos del 11 de julio, hace falta pasar de lo opinático a lo científico, a lo profesional; de datos a hipótesis, y de ahí a la elaboración de una representación correcta de lo sucedido que permita un accionar hacia el futuro inmediato; una rediscusión del proyecto de país, que no es otra cosa que la búsqueda comprometida de un camino de solución con proa hacia el bien social y la prosperidad, de todas y todos; a la preservación de los ideales de soberanía, de justicia social y de respeto a los derechos humanos; al cuidado de la nación y la patria, a la defensa del alma cubana, que de alguna manera es rasgada en situaciones como la examinada.
Sin embargo, advierte que en su caso, al no vivir los acontecimientos en primera persona, solo puede efectuar un ejercicio de aplicación de ciertos saberes de su especialidad en beneficio del necesario análisis conjunto que es imprescindible realizar, desde la multidisciplinariedad y el multilateralismo interno; buscando la unidad en la diversidad y estableciendo puntos de contactos y divergencias, pues no hay acceso contundente a datos de lo acontecido.
«Me pone a expensas de las informaciones públicas — de los medios — para organizar mis ideas. Al tiempo que estas informaciones las percibo como fragmentadas, polarizadas y muy desde las perspectivas de actores que se perciben a sí mismos como “contrincantes” y “enemigos”…, lo que no en todos los casos es así; pero la polarización tiende a descolocar.
«Las informaciones de los medios nacionales se han focalizado mucho en los actos vandálicos; en el aprovechamiento oportunista de una situación coyuntural por la que atraviesa el país y la instigación foránea desde las redes, como un plan de los enemigos históricos del país. Lo cual confirmo como un aspecto del asunto. En las foráneas, se insistía en el reclamo de libertad, en la demanda de desmontaje de “la exclusión”, en y la violencia policial (uniformada y no uniformada), lo que también confirmo como asunto a debatir.
«Mas he observado también mucha “falacia del espantapájaro”, no puedo decir que intencional, pero sí favorecedora de un desvío de la atención ante preguntas que han emergido:
¿Dónde estaban los baños de sangre de los que hablaron unos y que nunca fueron vistos, y mucho menos mostrados con imágenes reales?; o ¿Cuántas personas fueron arrestadas?, asunto que no respondieron con transparencia los responsables de hacerlo. En ambos grupos se perciben vacíos importantes, comentarios falaces o, al menos, sin una sustentación consistente».
Ciberespacio y comunidades digitales
Lorena Avila Interián comenta que, ante las dificultades en la participación y procesos de comunicación ciudadanos, las redes sociales digitales emergen como una vía de canalización de problemáticas de la situación actual; sobre todo en tiempos de pandemia, donde el distanciamiento físico se hace necesario para evitar el contagio.
«Las redes sociales pueden ser usadas en sus múltiples variantes: espacio accesible para la socialización de problemáticas diversas, de denuncia, de reflexión; también para incitar al caos y la violencia, mientras los propaga. Los jóvenes son quienes mayoritariamente acceden a estos servicios, no obstante, su uso no excluye otros grupos de edades. Las redes sociales se han convertido en hábitat de procesos de participación y consumo; y la participación juvenil ha fomentado relaciones más horizontales y activas desde la virtualidad. Además, se han creado distintos espacios de transformación cultural y política muy interesantes», expone.
El profesor Manuel Calviño apunta que no hay comunicación que cale si no encuentra un resonante en el receptor, una condición psicológica, un contenido de la subjetividad que la «asimile» y luego, por efecto de otros condicionantes, esté dispuesto a aceptar sus propuestas, socializarlas y hasta actuar desde ellas: «La lectura y la asimilación crítica es un parámetro basal en todo acto comunicativo, más en las condiciones actuales, ante la “posverdad”, la manipulación mediática, y la polarización».
Enfatiza que «en las redes hay mucha manipulación, a veces ingenua, reproductiva, pero otras de un alto manejo científico. Se producen manipulaciones asociadas a las preferencias funcionales del cerebro, a los modelos de construcción de los estilos cognitivos de procesamiento de la información, a las identificaciones emocionales primarias, por solo señalar algunas. Y esto se traduce lo mismo en prácticas comerciales, que en prácticas políticas. La mente es una y su modo de funcionamiento es también uno. Somos objeto de acciones mediáticas de sumisión, seducción y manipulación que terminan con el secuestro de nuestras decisiones. Esto es un asunto muy serio, esencial para el planteo de las libertades».
Reflexiones pendientes que propone el catedrático en ese sentido implican pensar:
¿Cuántas personas accedieron a los mensajes instigadores, provocadores? ¿Cuántos se sumaron a las manifestaciones?; y acota que las redes no son todopoderosas, y la pérdida — en términos de regulación y adecuación — de su poder tiene que ver con las capacidades inteligentes de su consumo.
El uso de redes sociales digitales como Instagram y Twitter no era usual en Cuba hace unos años atrás. Ello demuestra cómo el proceso de informatización y acceso a las tecnologías en la sociedad cubana ha contribuido a la expansión cultural, y en este sentido emerge la necesidad de educar.
«Educar es la palabra de orden cuando se refiere al uso de Internet y a las redes sociales. Existe una apropiación acrítica y superflua de los contenidos que allí se comparten, los cuales ponen en evidencia la inmadurez tecnológica de la población y obstruye el diálogo efectivo entre posturas divergentes.
«Además, hay que tener en cuenta las características propias de las redes, donde se permite publicar cualquier contenido sin censuras, contribuyendo a la desinformación y disputa por las verdades. Dentro de estos contenidos están las fake news o noticias falsas, las cuales incrementan la incertidumbre sobre todo entre los jóvenes y millenials», señala Avila Interián.
Un actor importante de las redes sociales son los influencers: celebridades de Internet con un gran número de seguidores e impacto en diversas comunidades del ciberespacio. Por consiguiente, intervienen en la dinámica y estilo de vida cubanos, «en gran medida comparten contenidos que incentivan al consumo y dista de las posibilidades reales de buena parte de las juventudes cubanas y de los valores e ideales que intenta sostener el país», apunta la psicóloga; y considera que las redes sociales están en competencia con los medios oficiales de comunicación; estos últimos en desventaja, puesto que cualquier usuario puede propagar una información en tiempo real, alcanzar un público masivo nacional e internacional y, muchas veces, bajo el anonimato.
«Su capacidad para generar procesos de manifestación popular es clave en todos los momentos por los que estos transitan: la coordinación, la convocatoria, las acciones y la difusión. A través de las propias redes se conectan usuarios diversos con intereses similares a los que constituyeron el detonante de las protestas. Asimismo, se promueve la integración de otras personas de forma viral, incluso se puede participar de dichas protestas desde la propia virtualidad utilizando los conocidos hashtags, los cuales tienen el objetivo de crear tendencias en el ciberespacio».
En tanto, para Daybel Pañellas existe un elemento crucial en el ciberespacio, y es la capacidad de «en-RED-dar»; de articular a personas y grupos trascendiendo el espacio físico; de socializar modos de pensar, sentir y hacer; de crear intersubjetividades que conducen a la emergencia de grupos psicológicos. Con ello, la posibilidad de estructurarse — distribución de roles, normas — y la capacidad de generar procesos de influencia, cohesión y desarrollo grupal.
«Esta capacidad de las redes no es solo para manifestaciones; también estimulan la participación, y existen múltiples experiencias positivas en Cuba durante la pandemia de la COVID-19. Es obvio que las plataformas digitales, desde sus algoritmos de trabajo entretejen tramas. Ese es un riesgo que hay que correr, y la protección es la alfabetización y la creación de vínculos fuertes y auténticos, capaces de sostener a los involucrados», alega.
Manifestaciones ciudadanas vs miedos
¿Habría que sentir temor ante la realización de manifestaciones ciudadanas?¿Significan, per se, una intención manifiesta de trastocar el orden social cubano?
Ante estas interrogantes, la psicóloga Daybel Pañellas Álvarez responde con signos de interrogación: ¿Temor de quién? sería una pregunta a precisar; otra, el orden social existente, ¿a qué se refiere?
«Lo contrario de no tener miedo es tener confianza. Esta se necesita al menos en tres niveles: derivada de la creación de vínculos interpersonales e intergrupales que conduzcan al bienestar de todas las partes; de la confianza en la capacidad del Estado y el gobierno para gestionar las diferencias; y de la confianza en el cumplimiento de lo establecido en nuestra Constitución», precisa.
La investigadora social sugiere que es vital la disposición de todos los involucrados, la visibilización de sus voces, la transparencia, la elaboración de emociones, la capacidad de reconocer, perdonar y transformar: «Es preciso trabajar en la reconstrucción del consenso social y en la implementación de políticas, estrategias, acciones y reformas que den respuesta a las insatisfacciones y reclamos expuestos».
Lorena Avila Interián considera que el temor aparece asociado a situaciones de incertidumbre, como es el del caso en análisis. Ofrecer información clara y precisa, y a tiempo, constituye una de las mejores herramientas para manejar las dudas: «Anteponerse a las protestas populares o alertar sobre la posibilidad de repetirse, prepara el terreno ante la ruptura de la tranquilidad ciudadana. Se requiere familiarizar a la población sobre las características de las manifestaciones como forma de expresión genuina del derecho ciudadano. Las formas de educar en este aspecto constituyen otra de las acciones para manejar el temor».
Es clave — refiere Avila Interián — educar sobre los comportamientos idóneos a desarrollar; así como distinguir entre manifestaciones y disturbios — en este último caso debe reforzarse la necesidad de permanecer en el hogar para preservar la seguridad — . Por otro lado, precisa que en el país «hay que fomentar la confianza en la policía a partir de una adecuada selección del personal, y de la formación de competencias sociales y solución en el manejo de conflictos, tan necesarias para este tipo de ocupación», agrega.
Manuel Calviño llama la atención sobre el hecho de que el orden social no es estático. Por el contrario, «es un sistema dinámico en equilibrio», afirma; y esboza que, «psicológicamente, los estados mentales son devenir; procesos que en un determinado momento no tenemos conciencia de ellos, y solo cuando son demandados para afrontar un desequilibrio los reconocemos. Las emociones nos llaman la atención sobre el desequilibrio. Solo reconocemos, por ejemplo, el miedo, cuando lo sentimos. Pero al mismo tiempo tiende actuar sobre/en nosotros un estímulo emociógeno; un estímulo que llega a nuestro sistema sensorial, o una idea aflora en el campo de la conciencia y actúa como estímulo emociógeno».
Por lo tanto, «si sentimos — tenemos conciencia — un temor por la emergencia probable de una manifestación que desequilibrará “el orden”, o bien ese desequilibrio se está realizando, o bien estamos percibiendo rasgos de ese desequilibrio y anticipamos emocionalmente el suceso», apunta.
En cualquier caso, refiere que a diferencia del temor reactivo, y ante la acción del estímulo — de la situación, del suceso — , el «temor por la inminencia» es una emoción predictiva con carácter ideomotor. Este «puede paralizarnos, siguiendo la lógica de que si no se hace nada la condición emergente desaparecerá — esto es solo explicable desde aquellas ideas piagetianas del pensamiento mágico fenomenista que en lo fundamental debe abandonarnos con la infancia — . Lo que significa que podemos construir acciones también predictivas que lo desarticulen. Es construyendo la “anti-condición” del temor que podemos manejarlo de forma adecuada, a través de la confianza, la colaboración, la seguridad, y sobre todo el buen hacer».
Estigmatización y segregación social
Si se quiere determinar qué grupos sociales fueron visibilizados como protagonistas de las protestas del pasado 11 de julio, hay que mencionar las etiquetas empleadas por los medios de comunicación: «marginales y vándalos», refiriéndose a personas provenientes de barrios en desventaja social y con bajo capital cultural y económico; «confundidos», para hacer alusión a un grupo al que se le disminuye cierta «mala intencionalidad».
Lorena Avila Interián comenta que la estigmatización y la segregación social se puso en evidencia desde el propio discurso oficial, colocando testimonios que utilizaron adjetivos despectivos hacia estas personas. Sin embargo, la certeza de que fueron ellos quienes constituyeron el grupo social más representado no puede ser tomada a cabalidad, tampoco que quienes delinquieron durante estos sucesos, en su mayoría, lo hayan hecho con anterioridad.
«Las conductas antisociales se relacionan con factores de orden psicológico y social como el incumplimiento de las normas sociales, desacato a la autoridad, conductas agresivas, familias disfuncionales, contextos sociales complejos y con tendencias delictivas, entre otros. Es imperioso entender los factores que desencadenan tales comportamientos, si no se quiere cometer el error de criminalizar las protestas por el objetivo prioritario de preservar el orden imperante a toda costa», subraya.
Por su parte, Pañellas Álvarez hace referencia a otras etiquetas empleadas: «fuerzas mercenarias», como orquestadoras de los acontecimientos; y, reaccionando a ellas, las «autoridades policiales» y el «pueblo revolucionario». Considera que hubo grupos de observadores, silentes, reporteros de información, entre otros. «En términos de efectos, creo que el protagonismo de todos ha sido grande».
Y resalta que los procesos de estereotipia y discriminación son propios de las relaciones intergrupales, así como el poder y estatus diferenciados; también explica que el uso de etiquetas estigmatizadoras acentúa estas diferencias, en tanto atentan contra la autoestima individual y grupal.
«Según la teoría de la Identidad Social, cuando un grupo se percibe con bajo poder o estatus conduce a una identidad social insatisfactoria, y la inferioridad social se interpreta como ilegítima o con posibilidades de cambio. Las fronteras intergrupales son impermeables — se hace difícil pasar de un grupo a otro — , y se eligen estrategias colectivas para revertir esta situación. La competición social es una de ellas y consiste en forzar un cambio, haciendo explícito el conflicto e imponiendo sus intereses», detalla la investigadora.
De manera general, Daybel Pañellas considera que hubo una emergencia social; lo que permite percibir diversidades, disensos e insatisfacciones, donde se expresan necesidades de la sociedad en general desde los grupos involucrados.
«Atendiendo al carácter desestructurado de los mismos, a la ausencia de liderazgo explícito y el carácter en esencia emocional que lo acompañó (y acompaña) — aun cuando algunos han defendido cambios concretos en sus propósitos — no consiguen calificarse como movimientos sociales. Lo cual sugiere un carácter efímero de su existencia. El hecho no niega la aparición de un movimiento social futuro, si persisten las condiciones que producen insatisfacción».
Las soluciones — sugiere — pueden comprender prácticas sociales justas, inclusivas y equitativas, mientras se identifican intereses comunes para construir juntos un proyecto de país.
Para Manuel Calviño, lo más importante es reconocer y asumir la heterogeneidad de motivaciones y demandas que confluyeron en las manifestaciones; lo mismo para la elaboración de nuevas propuestas inclusivas, que asuman derechos y garantías reales de las diversidades.
«En el universo subjetivo, teniendo una “cubanía” — siguiendo a Don Fernando Ortiz — como centro gravitacional, se diversifica y multiplica los reclamos en un país en el que, bajo el manto de políticas paternalistas, buena parte de la ciudadanía se acostumbró a recibir más que a gestionar — y cuando gestiona es en buena medida en los márgenes de la legalidad — .
La apertura a las formas privadas de trabajo; y trabajos con condiciones muy superiores a la media, por solo señalar algunos elementos, introduce nuevos acicates de formación de alter-subjetividades. Amén de acompañarse con un distanciamiento de los mensajes formadores de la unidad de otrora. Hemos pasado de un discurso de la igualdad, a uno de la equidad, a otro de cada cual con lo que puede, a otro de amparo garantizado, lo que supone un quiebre en el pacto social asumido por la población — “Aquí todos somos iguales” — , sobre todo la más desfavorecida».
Al hablar de opositores y oponentes, Calviño precisa que son dos grupos que participaron, y que necesitan ser diferenciados:
«Muchos de los errores que se han cometido en la historia reciente de Cuba, quizás hubieran sido evitados si se le hubiera dado presencia, escucha y consideración a las representaciones que llamo “oponentes”: los que tienen otra visión, los que no están de acuerdo con ciertas formas, los que tienen una mirada crítica.
Al excluirlos y estigmatizarlos, se facilita su silencio, su “adecuación” inducida, pero el problema sigue en pie, y va acumulando tensión y presión. Sin oponencia, los discursos tienden a “cocinarse en su propia salsa”; se dificulta la entrada de nuevas apreciaciones que se abren solo cuando aparecen las manifestaciones más severas de la crisis, como ha sucedido ahora».
La situación se enmarca entonces en la insuficiencia de espacios reales de manifestación, activos, tolerantes, comprensivos. «Es algo a revisar, para evitar respuestas clichés. Es necesario pensar también desde los otros, desde la otredad, porque todos compartimos el principio galeanico de que “cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare.
Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”. Esta es una lógica contundente. Y creo que había y habrá siempre muchas voces auténticas, expresando sus verdades, y no solo voces mercenarias haciendo eco de lo que se les decía con voz de dinero desde un mundo foráneo, ajeno y que pugna por la destrucción de la nación», subraya.
Señala que las subjetividades que componen hoy la dimensión psicológica de la cubanía son heterogéneas y heterodoxas. Son el resultado de una vida marcada por el diferendo político entre Cuba y los Estados Unidos, que comenzó involucrando a la migración, pero en la medida en que se ha modificado el «perfil migratorio» se observa una marcada diferencia entre lo que sucede al nivel de las familias cubanas dentro y fuera de Cuba, y la política del gobierno alimentada apenas por los grupos antagónicos que sostienen la inconciliabilidad como obstáculo — a veces más por intereses económicos que por auténticas posturas políticas — .
«Esa migración que pasó de ser “gusana”, “escoria” y “enemiga”, a constituirse en no pocos casos en grupos de solidaridad, sustenta al menos una parte de la condición de vida de no pocas familias cubanas, favoreciendo una mejora en la solución de los malestares cotidianos. Se va conformado una mancomunidad radicada en la familiaridad y la identidad de nación», apunta el investigador.
Hay que tener en cuenta — resalta Calviño Valdés-Fauly — que la democracia no es un patrón inamovible de referencia; no es algo que tiene que ver con una estructura o una forma de funcionamiento, ni se reduce a un modelo eleccionario. Es una concepción de vida, es una filosofía de derecho, y tiene que ser revisada y actualizada a la par del movimiento de la sociedad. Si se le trata como un principio de referencia, se anquilosa y desactiva; si se entiende solo como un modo de proceder, se desdibuja su condición de derecho ciudadano.
«Es una dinámica social consensuada que pone al pueblo, a la población, a la ciudadanía como actor principal del ejercicio de gobierno, para lo que se vale de los servidores públicos. Pero estos son “servidores públicos”, no sustitutos de la voz del pueblo. Necesitamos una mayor democratización de nuestra democracia, una democracia más participativa, inclusiva; asunto que está contenido en los documentos del más reciente Congreso de la organización partidista cubana y que ocupa las discusiones actuales sobre la actualización del modelo de país.
«Apartarse del sentido participativo promueve, de una parte, el sentimiento de exclusión, de marginación, de desconsideración de los derechos ciudadanos; y de otra, el “Me merezco”, “Me tienen que dar”, “Me toca”, con la consecuente inhibición de la autogestión, de la productividad de los sujetos — individuales, grupales, institucionales — y conformando “la espera” como solución que termina en desesperación».
Expresiones de violencia y agresividad
Daybel Pañellas Álvarez, define que la violencia o la agresión son conductas — físicas o verbales — dirigidas a hacer daño. Algunos investigadores consideran que hay violencia afectiva, como reacción a una provocación y con el fin explícito de hacer daño; y una violencia instrumental, con el objetivo de obtener algo:
«Reaccionar de manera agresiva es una respuesta básica a la frustración. Responder tal cual se percibe el comportamiento del otro es típico: “ojo por ojo”. Las reacciones físicas que conducen a actos violentos están descritas en la literatura, de manera que son también biológicas, básicas; las reacciones violentas se aprenden en función de la socialización en determinados contextos».
Todas estas y otras posibles explicaciones, no necesariamente excluyentes entre sí, son reacciones humanas. Múltiples experimentos en Psicología dan cuenta de los niveles de violencia a los que pueden llegar individuos “normales” y buenas personas.
El 11 de julio presentó una situación inédita — detalla — , y ante la desestructuración se apela a los recursos psicológicos más disponibles. A ello se agrega la necesidad de autodefensa, mientras que la grupalidad puede conducir a procesos de desindividuación, donde las personas son capaces de hacer en grupo lo que no harían de manera individual.
En el caso de los agentes del orden público, Lorena Avila Interián apunta que, aunque existe un protocolo a seguir ante determinados eventos para mantener la paz ciudadana, «la tendencia a utilizar la violencia por parte de las fuerzas policiales depende de varios factores a analizar: características sociales del ciudadano, rasgos de personalidad de los efectivos policiales, condiciones en que se desencadena el acto de violencia, entre otros. Estudios demuestran la tendencia en agentes del orden con personalidad autoritaria y agresiva a identificarse con el estatus social alto o jerarquía alta, rechazar los estatus bajos o subordinados, lo cual los lleva a usar un trato hostil y agresivo frente a las personas que se asocian al último nivel»
Es preciso hacer sonar la alerta de que la violencia no es símbolo justificable para ningún fin; sin embargo, urge la actuación idónea por parte del conjunto de actores a los que se desobedece. Dentro de estos actores tiene un lugar supremo el Estado, quizás para luego proceder a cuestionar el funcionamiento de sus instituciones y leyes, explicita la docente; quien expone que se impone poner fin a la corrupción, la negligencia y el abuso de poder si se quiere devolver la legitimidad a múltiples espacios de los niveles micro y macro sociales.
«¿Qué lleva a personas de diversa procedencia social a utilizar la violencia? ¿Son situaciones de injusticia justificante para las expresiones de violencia? ¿Se canaliza la rabia y la ira a través de expresiones de violencia? Estas son algunas preguntas que desde la Psicología nos invitan a seguir reflexionando sobre el fenómeno que se discute.
«Las expresiones de violencia pueden indicar una crisis de autoridad social que se acentúa en la estructura social. La crisis de autoridad es considerada la causa más profunda de la violencia social y el detonante que alerta sobre la necesidad de poner fin a las incompetencias de las figuras y actores de autoridad. El grado de desgaste de la autoridad social se mide precisamente por la gravedad de las problemáticas sociales y de la violencia», concluye Lorena Avila.
Una consideración del profesor Manuel Calviño es que en Cuba se han vivido meses de mucha tensión:
Ha sido mucha la mentira, el ocultamiento, tanta que muchas personas se mueven hoy entre las dudas e incertidumbres, lo cual es comprensible y esperable; también, refiere, oscilan entre creencias que necesitan ser custodiadas para no sentir que se traicionan las certezas, acto que por demás pudiera verse fortalecido por al menos un poco de cuestionamiento.
Las diferencias son una riqueza, aun cuando ellas instauren formas de conflictividad. Las consecuencias malsanas de los conflictos tienen más que ver con las formas en que se abordan que con las diferencias misma, reflexiona; y acota que toda conducta humana es causal, y no es trabajando sobre los efectos que las causas se desactivan. Sin embargo, el proceso de actuar sobre las causas necesita de una condición que no puede estar marcada por tensiones. Hay que generar un estado básico de equilibrio para poder avanzar en la solución real de la conflictividad.
«No puedo precisar niveles diferenciados de protagonismo en las manifestaciones, insisto, ciudadanas. A no ser en espacios muy específicos en los que el carácter de la manifestación, siendo de pequeño formato — pocas personas — , tenía un sentido clara y determinantemente ideo-político; lo cual ni es un “pecado” ni tiene que ser satanizado. Una cosa es que no nos guste algo, y otra que deba ser excluido a la fuerza. Estos, creo entender, propugnaban un cambio en el modo de construir la libertad de expresión, el derecho a la diversidad opinática y su manifestación, por solo señalar algunos elementos.
«Algunos de ellos fueron agredidos para ser arrestados por agentes del orden, según refieren testigos presenciales; lanzados a un camión, lo que testimonia un proceder inadecuado, impropio de una policía con preparación y profesionalismo suficientes. Estos procederes convocan al antagonismo, y no a la solución dialogada y constructiva, sea o no la manifestación instigada por agentes al servicio del enemigo histórico de la soberanía de Cuba. La historia de nuestras guerras de independencia, la historia de los años de guerra libertaria en las montañas del oriente cubano, da más de un testimonio de lo que es un trato adecuado — respetuoso — a las diferencias, incluso en condiciones de guerra».
Agrega, Calviño, que no se puede desconocer como instigador fundamental de los sucesos del 11 de julio el criminal y violatorio Bloqueo al que nos someten los gobiernos estadounidenses, uno tras otro; que hubo vandalismo, delictividad voluntaria y manifiesta; pero tampoco que hubo reclamos legítimos, expresiones a escuchar y respetar.
«No dudo que hubo excesos de los que no debemos sentirnos orgullosos, que hubo actuaciones violentas. Y esto tiene que ser transparentado, para poder rechazarlo y dejarlo atrás, o al menos para reafirmar si los límites de la ley representan o no la seguridad de todos y todas.
«Es cierto que en medio de una revuelta se producen conductas lamentables, que después pueden avergonzar a sus actores. La violencia genera violencia, como una extensión de la ley de acción y reacción. Pero los seres humanos tenemos conciencia, tenemos auto-conciencia, y podemos no entregarnos a modos funcionales de larga data, pero superables desde nuestros modos más cultos, civilizados, de proceder.
«En principio, casi todos podemos ser “maniobrados” por la circunstancia. Pero, “casi” todos. Aquellos que representan las instituciones del gobierno no deben equivocarse “ni un tantico así”; en ellos tienen que primar siempre el profesionalismo, el apego a la ley, a la Constitución. Y si yerran, deben asumir la responsabilidad de su error, y disculparse activamente. La investigación de las manifestaciones, de los comportamientos de los participantes, debe ser recta, honesta y profesional; debe incluir a los agentes del orden que cometieron indisciplinas, excesos, y deben ser aplicadas medidas como se aplican al resto de los infractores».
Y subraya: «Tenemos mucho que cuidar, mucho que cambiar, mucho que defender, mucho que alimentar, mucho que soñar, entre todas y todos. Sin anclajes paralizantes, sin prejuicios inhibitorios, sin formalismos burocráticos, sin encasillamientos limitantes. Hacer vivir a Cuba. Vivir con Cuba».
Desafíos para la Psicología cubana
Daybel Pañellas Álvarez, propone investigar acerca del consumo de las redes sociales y su rol en la reconfiguración de subjetividades e intersubjetividades; el rol de las redes sociales en procesos de cambio y transformación social; y las relaciones de poder, acciones colectivas, movimientos sociales y otros temas de Psicología Política. De igual forma, aboga por el acceso a estadísticas, y tener la posibilidad de aplicar encuestas nacionales y representativas de poblaciones, para generalizar los resultados.
Como ciencia — indica — la Psicología debe posicionarse y contribuir en múltiples áreas para la comprensión y gestión de cuestiones individuales y grupales; en el desarrollo comunitario, organizacional y educativo; en la eficiencia del ejercicio del rol y el liderazgo; en la eficacia en la comunicación interpersonal, intergrupal y masiva; en la comprensión y transformación de conductas transgresoras de la ley; y en la comprensión e incidencia en las dinámicas políticas.
Lorena Avila Interián considera que el reto de la academia es desprenderse de las experiencias negativas que se asocian a las maneras de hacer del sector estatal. Deficiencias como la poca participación, la falta de espontaneidad, la repetición de consignas que no incitan al debate y el desaprovechamiento de los espacios de comunicación y de divulgación: «No se deben permitir en instituciones cuyo objetivo es construir un análisis científico y una práctica profesional que responda y muestre en verdad el sentir de la Cuba actual y de sus demandas».
Por su parte, el profesor Manuel Calviño señala que se debe favorecer la inclusión de todas y todos los cubanos en la cimentación de consensos sociales amplios, proyecciones de desarrollo y puesta en marcha de la construcción de una sociedad «con todos y para el bien de todos». También, que es preciso desde la Psicología servir al pueblo y a la Patria en la edificación de espiritualidades libres, soberanas y mancomunadas en la instauración de la justicia.
«Hay caminos posibles para seguir construyendo la nación, para seguir siendo la diversidad que se funde en la cubanía, en la cultura espiritual de cubanos y cubanas. Necesitamos un acto de vocación humana, un acto de tranquilidad y colaboración, una condición de acercamiento y diálogo para el análisis multilateral, para la reconciliación, para construir nuevos consensos…
«La militancia que sostenemos y mantenemos no nos puede cegar la necesidad de intensificar la autocrítica productiva, la apertura al cambio necesario y reedificador. Cuba para los cubanos y cubanas, construyéndola con amor y no con agresividad; compartiéndola con inteligencia, desde las diversas formas de pensar y actuar; defendiéndola de quien la quiere subyugada y no libre. La libertad de Cuba es un asunto de suma importancia que debe estar en la agenda abierta de quienes se empeñan en hacer prevalecer el bien de todas y todos, la justicia social, la soberanía y el respeto incondicional a los derechos humanos».
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Notas
*Este material forma parte de una serie de textos producidos por la revista Alma Mater con el concurso de investigadores y especialistas en diversas ciencias sociales, que busca discernir las causas de los acontecimientos del pasado 11 de julio, así como analizar las demandas realizadas y sus posibles resoluciones.
** Para la elaboración del dossier “Desafíos del consenso” se convocó a investigadores sociales de diferentes edades, géneros, colores de piel y procedencias geográficas, bajo la premisa de que las características sociodemográficas individuales también median la interpretación de la realidad. Lamentablemente, por disímiles causas, no todas las personas contactadas accedieron a participar.