Desigualdad de poder, un riesgo de violencia en madres adolescentes

En opinión de Matilde Molina Cintra, para prevenir el embarazo adolescente y la violencia relacionada a esta problemática, es crucial una educación integral de la sexualidad que supere el mero suministro de información.

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por: Dixie Edith
Foto: Cortesía Cedem

El embarazo adolescente y la violencia de género en Cuba son dos problemas sociales que, lejos de ser fenómenos aislados, comparten una relación causal donde la desigualdad de poder en las relaciones de pareja puede ser un detonante silencioso de la maternidad temprana.

En opinión de la psicóloga y demógrafa Matilde de la Caridad Molina Cintra, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos (Cedem) de la Universidad de La Habana, “aunque el embarazo adolescente no es causa directa de la violencia, sí lo son las condiciones en las que se produce y los factores familiares asociados a él, como por ejemplo la estructura familiar, las crisis familiares y el manejo educativo, marcados por un paradigma de hogar patriarcal”.

¿Cómo se relacionan la violencia de género y los embarazos en edades tempranas?

El embarazo en la adolescencia puede generar grandes brechas sociales y alterar el curso del desarrollo psicosocial en esta etapa, lo que a su vez deriva en violencia psicológica y vulneración de los derechos sexuales y reproductivos, sobre todo de las adolescentes.

Muchas de las jóvenes que protagonizan embarazos tempranos inician sus relaciones con hombres mayores que ellas y reproducen estereotipos de género que colocan a la figura masculina en una posición de poder.

Son hombres generalmente con mayor nivel de escolaridad y empleados, mientras que las adolescentes permanecen en una situación de dependencia económica y dedicadas a labores de cuidado. Esta dinámica limita sus posibilidades de expresar opiniones, preferencias o juicios frente a eventos reproductivos, como el uso de métodos anticonceptivos o la interrupción del embarazo, y reduce su capacidad de negociación.

Aunque la mayoría de las y los adolescentes cubanos afirma que su primera relación sexual ocurrió por deseo propio, cuando existe disparidad de edad aumenta la vulnerabilidad de las jóvenes, quienes con frecuencia responden a estereotipos, chantajes emocionales y presiones diversas.

¿Cuáles son las causas más frecuentes?

Entre las madres adolescentes cubanas predominan mujeres con bajos niveles educativos, aunque se observa una ligera tendencia al incremento de estos. La desinformación, la baja autoestima y la falta de aspiraciones futuras aparecen entre los factores más recurrentes. A esto se suma la incapacidad para negociar el uso del condón u otros anticonceptivos por temor a la reacción de la pareja, así como la ausencia de diálogo sobre el inicio de las relaciones sexuales.

Estas jóvenes suelen sostener juicios y valores estereotipados, junto a creencias erróneas acerca de los métodos anticonceptivos y el aborto, todo ello reforzado por una cultura machista que prioriza el deseo del hombre.

Las asimetrías de poder dentro de la pareja conducen a la subordinación de la mujer y a escasas habilidades sociales para la toma de decisiones reproductivas. Por ejemplo, las razones para no usar condón reflejan, frecuentemente, que ellas acatan el criterio masculino, con lo cual reproducen patrones tradicionales de dominación.

La diferenciación sexual del trabajo también influye: se asigna a la mujer las labores domésticas y de cuidado;  y al hombre, el papel de proveedor fuera del hogar, lo que potencia la violencia doméstica. La sobrecarga de tareas familiares sin apoyo limita el desarrollo personal y laboral de las mujeres y se asocia con situaciones de pobreza.

Asimismo, las valoraciones y creencias en torno a la salud sexual y reproductiva están marcadas por desigualdades de género y resultan clave para entender la fecundidad adolescente.

¿Cómo modificar esos comportamientos y prevenir las violencias? ¿Qué elementos no podrían faltar en las acciones o políticas para su atención?

Es fundamental la educación sexual, orientada a fomentar la autosuficiencia y la autoestima en las jóvenes, así como a apoyarlas para tomar decisiones independientes y manejar las presiones grupales y de sus primeras parejas. Es necesario hablar con claridad sobre sexualidad y sus riesgos, incluido el embarazo adolescente, y promover un papel más activo de las familias.

Desde las ciencias sociales se requiere una mirada no solo descriptiva, sino también transformadora, que incorpore la perspectiva de derechos sexuales, salud reproductiva y género en la capacitación de profesionales de la salud, la educación, la cultura y los medios de comunicación. Resulta imprescindible mejorar la calidad de los servicios y programas de consejería para garantizar que adolescentes de todos los géneros reciban información veraz y apoyo.

Esta atención debe ser integral y multidisciplinaria; debe abordar problemas sociales vinculados, como la propia violencia, pero también las infecciones de transmisión sexual, el suicidio y las adicciones. Para cerrar las brechas existentes, es crucial una educación integral de la sexualidad que supere el mero suministro de información. Si lo que se aprende no genera reflexión, no se convierte en conocimiento; y si este no se moviliza, no se interioriza.

Los modelos de enseñanza deben conectar con las emociones y motivaciones de la población adolescente y joven. Sin una educación de calidad, basada en evidencia científica, no se desarrolla el pensamiento teórico en la adolescencia, lo que limita las oportunidades para la reflexión y la resolución de conflictos.

Solo así se podrá favorecer el empoderamiento y la asertividad que se necesita para que estas jóvenes puedan decidir con autonomía frente a las distintas situaciones que enfrentan en sus vidas.