El acoso, una forma de violencia

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net

Cuando una persona hostiga, persigue o molesta a otra, está incurriendo en algún tipo de acoso, según coinciden de forma general diferentes definiciones de la palabra. En el caso de las relaciones de género, el acoso se ha naturalizado y manifestaciones como el piropo u otras similares no son identificadas como tal por una gran parte de la sociedad. ¿Por qué? ¿Cómo modificar esos comportamientos? Para responder estas interrogantes, No a la Violencia invitó a la psicóloga Mareelén Díaz Tenorio; a la instructora de arte, comunicadora y activista social Yoamaris Neptuno Domínguez y a la periodista Rachel Morales Hernández, coordinadora de la cátedra de género “Mirta Aguirre” del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”.

¿Por qué se considera el acoso una forma de violencia?

Mareelén Díaz Tenorio: Todo acoso constituye una forma de violencia, sea cual sea el motivo que impulse este comportamiento. Cuando se vincula a las violencias de género, específicamente está referido a uno de sus tipos, que es la violencia sexual, y a una de las manifestaciones de ésta: el acoso sexual.

El acoso sexual hace referencia a variadas prácticas de naturaleza y connotaciones sexuales, no deseadas y ofensivas, que no consideran el impacto en quien las recibe. Son intrusivas y tienen repercusiones para la integridad física y psicológica. Los contextos en los que se presenta pueden ser institucionales (laborales educacionales, religiosos), familiares, públicos y en redes sociales (ciberacoso). Se ejerce con alta frecuencia sobre las mujeres. Puede ocurrir de manera reiterativa o una sola vez. La ejercen personas cercanas y desconocidas. Es una de las formas de violencia sexual más invisibilizada, minimizada y silenciada.

Es una forma de violencia de género porque incluye comportamientos basados en las desigualdades de género, en estereotipos sexistas que marcan asimetrías de poder que subordinan lo femenino a lo masculino, provocando daños de diverso tipo y el irrespeto a los derechos de las personas.

Yoamaris Neptuno Domínguez: Creo que el acoso, en cualquiera de sus manifestaciones, es una forma de violencia; es una invasión a la privacidad de la persona hacia la cual se ejerce.

Rachel Morales Hernández: Lo primero que se debe tener en cuenta es el significado de la palabra consentimiento, que no es más que darle permiso o aceptar el acercamiento o el interés de otra persona.

Mientras este consentimiento no esté dado explícitamente, la persona que pase por encima de esos deseos está violando el espacio ajeno, la intimidad y transgrediendo límites que con anterioridad fueron establecidos.

De esta manera, el acoso se considera una forma de violencia porque pone a la otra persona en una situación en la que no quiere, ni pidió estar, y que la hace sentir acorralada y fuera de su espacio de confort.

¿Por qué existe la polémica alrededor de la distinción entre el acoso y el piropo? ¿Es un debate superado?

MDT: Para nada es un debate superado. En todo caso, allí donde exista el debate, al menos la polémica indica un primer paso de avance hacia el cambio; porque lo que ocurre con más frecuencia, a mi modo de ver, es que se invisibiliza el problema y se da la existencia del piropo como un valor cultural tradicional. Lo que está en la base es el anclaje en la subjetividad social de los mandatos de sociedades patriarcales, en la que las mujeres existen como objeto de deseo sexual y es “normal” juzgar sus cuerpos y usarlos sin consentimiento.

Algunos consideran que el piropo es un halago y una tradición. Pero no ocurre solo en nuestra cultura, sino también en otras regiones. En realidad, el piropo deja de ser un halago y se constituye en acoso sexual cuando la acción es no deseada y se vivencia con molestia, desagrado, afectación, daño; incluso aunque su contenido no sea vulgar u obsceno.

Se ven como “naturales” prácticas que no pueden catalogarse como piropos, sino como auténticas expresiones de acoso sexual. Si no son reconocidas como tal, estamos garantizando su perpetuidad, su injusticia y las consecuencias nefastas para las víctimas (no solo mujeres, sino también niñas).

YND: La polémica entre un término y otro es más bien cultural. A mí juicio, en nuestro país, el piropo es parte de la idiosincrasia, del «cubaneo». No creo que sea un «debate superado», precisamente, porque muchas personas lo ven como algo natural, que incluso se relaciona con la autoestima. Ya cuando llega a ser (el piropo) reiterado, se emplean groserías, palabras obscenas, acciones de irrespeto que provocan malestar, es cuando se cataloga más como acoso.

RMH: La polémica existe. Históricamente se ha obviado la opinión de las mujeres sobre qué las hace sentir cómodas o no, y se ha generado la idea de que todas están esperando que llegue un misterioso galán que las seduzca con sus encantos; por lo tanto, ellas deben agradecer que se les acerquen desconocidos a recordarles lo hermosas que son. Esta matriz de opinión es parte de la cultura patriarcal y machista en la que nacemos y nos traza la idea sobre el papel de las mujeres y los hombres en la sociedad. Ya existen experimentos sociales que han invertido los papeles y han situado a la mujer como la “piropeadora’’. Es en estos casos que se ha hecho evidente lo invasivo que les resulta a los hombres que una desconocida comience a decirles palabras que no le pidieron. En este caso, la mujer sí está siendo inapropiada y, posiblemente, esté “loca”. Es así que la polémica se entiende a partir de quiénes son las personas que la sustentan y cuáles son las opiniones mejor validadas.

De esta forma, la polémica entre piropo y acoso no será superada hasta que, quienes defienden el primero como tradición idiosincrática logren asimilar que sólo será piropo mientras exista consentimiento entre las partes involucradas en el cortejo; de otra manera, continuará traspasando los límites de lo privado y, por tanto, será acoso.

¿Cuáles son los desafíos para el futuro? ¿Qué hace falta cambiar y cómo hacerlo?

MDT: La meta en el horizonte debe ser la construcción de sociedades sin injusticias, sin violencias, sin acoso sexual, sin sufrimientos para las víctimas. Es imprescindible cambiar modos de pensar y comportamientos violentos que provocan daños. Lamentablemente, no es una cuestión de un solo país; es necesario cambiar el mundo. No será de una sola vez, pero para lograr avances hay que poner grandes empeños.

Lo sostenible es apostar por la educación en género y derechos. Al mismo tiempo, es necesario visibilizar el acoso sexual, sus características y efectos negativos a través de la comunicación social y la investigación. Y, por supuesto, avanzar en la legislación y su aplicación, incluyendo el acoso sexual y su tratamiento en una ley específica sobre violencias de género.

YND: Considero que los desafíos tienen que ver con asumir las consecuencias que pueden tener acciones como estas, no solo a nivel físico, sino también psicológico. Participar en debates, encuentros, intercambios con personas diferentes en muchos sentidos (edad, procedencia, etnia, profesión, etc.) me ha dado la posibilidad de conocer distintas maneras de ver el «fenómeno» y comprender que, más allá de discursos o campañas, esto tiene que ver con el nivel de compromiso de la gente, sea quien sea. El respeto a la opinión del otro, la empatía, la capacidad de reconocer cuando algo está mal, la educación sexual que parte de la familia y en la que debe implicarse toda la sociedad, la labor de los medios de comunicación, todos estos son elementos importantes a tener en cuenta. También creo que no puede ser una cuestión que se analice solo con especialistas o en ciertos lugares o momentos, porque desgraciadamente a cualquier persona le puede ocurrir. El acoso no tiene rostro, ni edad, ni lugar.

Si bien es cierto que existe voluntad política y hay organizaciones e instituciones que han asumido el fenómeno como problema que está invisibilizado y se toma como «algo natural», no debe —creo— cesar la búsqueda de información, asesoría, redes de apoyo, de los canales para las denuncias y enfrentamiento.

RMH: El primer desafío sobre el acoso —y para mí el más importante para el futuro— es entender la definición de la palabra en toda su magnitud y de esta forma poder identificar todos los escenarios violentos, donde incluso quien lo ejerce a veces no es consciente de su papel como acosador. Para esto, es indispensable una educación sexual integral desde la infancia, para que desde la minoría de edad se puedan reconocer dichas situaciones. Si desde estas edades se comprende que deben establecerse límites, que somos dueños de nuestros cuerpos y de nuestra intimidad y que la palabra NO solo tiene un significado, se generarán adultos que comprenderán a cabalidad qué es el consentimiento, respetarán y validarán los deseos de las otras personas y cuestionarán tradiciones que, no por duraderas en el tiempo, son correctas.