Tomado de: www.ipscuba.net
Foto: Archivo IPS
¿Quiénes son y qué sueñan las y los jóvenes cubanos? ¿cuáles son sus imaginarios y cómo se reconocen?, en una sociedad cada vez más heterogénea, con la emergencia de disímiles grupos identitarios que configuran y reconfiguran la identidad nacional son asuntos de investigación en Cuba.
Recientes estudios sobre el tema analizan las identidades juveniles, las juventudes rurales, el consumo cultural como expresión de diversidades, las pertenencias a los grupos, la identidad barrial, los conflictos identitarios, la desigualdad territorial, las percepciones de exclusión social y la resistencia cultural, entre otras.
Textos compilados en el libro digital Identidades juveniles en Cuba. Claves para un diálogo hacen “(re)pensar (…) los procesos que definen las relaciones articuladas entre lo rural y lo urbano, la recreación y fuerza de la identidad nacional, la construcción social y cultural de los espacios vividos y representados y los nuevos desafíos”, valora en el prólogo el profesor mexicano José Manuel Valenzuela.
Para el prologuista, las identidades se conforman en marcos agónicos, de tensión y disputa entre auto y hetero percepciones y representaciones, en las cuales –frecuentemente– inciden aspectos productores y reproductores de las desigualdades sociales.
“Las culturas e identidades juveniles persisten y resisten los intentos de imposición de perspectivas adultocéntricas, participan en la disputa por la definición y significación de lo juvenil y construyen bio-resistencias frente a las biopolíticas, donde el cuerpo significado y significante adquiere centralidad como dispositivo político de definición, posicionamiento y resistencia”, apunta en el prólogo.
¿Qué imagen arroja el espejo?
Para una de las coordinadoras de la publicación del Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ), Ana Isabel Peñate, es vital el estudio de las características identitarias de los jóvenes como grupo etario.
A su juicio, “estos pueden constituirse como agentes de cambio de una realidad condicionada por la historia y las herencias del pasado, a partir de modificar e imponer nuevas formas de identificación que pudieran ser en beneficio de los valores y principios que ha defendido y defiende la sociedad en que se vive, o en detrimento de los mismos”.
Algunas pistas arrojan estudios realizados entre 2016 y 2019, con jóvenes –mujeres y hombres–, residentes en La Habana, entre 18 y 30 años, con diferentes color de piel (blanco negro y mestizo) y ocupaciones (estudiantes, trabajadores estatales e independientes, estudiantes-trabajadores); y desvinculados del estudio y el trabajo.
Según el artículo “Ser cubanas y cubanos en el siglo XXI. Un estudio de identidad nacional desde la psicología”, de Ofelia Carolina Díaz, prima entre los jóvenes implicados en las indagaciones una percepción positiva del grupo nacional.
“Se califica a los cubanos como muy alegres, fuertes, sociables, activos, útiles e inteligentes” y a la vez, “bastante agradables, internacionalistas, críticos, buenos, decididos, sensibles y, en menor medida, modernos, revolucionarios, morales y democráticos”.
Sin embargo, “cualidades como reflexivos, superiores, elegantes, eficientes y profundos resultan menos favorecidas” y otras reciben una valoración más crítica, sin llegar a ser colocadas en el extremo negativo: trabajadores, educados, honestos, no drogadictos, pacifistas y organizados.
Al respecto, destaca el texto, en el reconocimiento de la capacidad para salir adelante y afrontar las adversidades cotidianas exitosamente, se emplean adjetivos como luchadores, incansables, persistentes, sacrificados y aguerridos.
A su vez, revela que “de forma explícita e implícita aparece un llamado de atención, vivenciado con displacer, sobre el deterioro de la educación formal y el auge de la vulgaridad, el maltrato al lenguaje, el irrespeto al otro y el declive de la solidaridad”.
Alertas
El texto llama la atención sobre que, “luego de tantos años de políticas públicas y prácticas sociales orientadas a la justicia social”, “el grupo nacional es percibido como portador de prejuicios raciales, etarios, de género; con las ocupaciones, la procedencia geográfica y la orientación sexual”.
Al respecto, también señala que existen predisposiciones contra las personas de piel negra, las diferencias de edades en las parejas, los jóvenes y los ancianos, la práctica de religiones, los oficios y el bajo nivel de instrucción, las personas de procedencia campesina, del oriente del país y de la provincia Pinar del Río.
A juicio de Díaz, la existencia de una identidad nacional fuertemente sentida, valorada y aceptada con satisfacción explica que esta continúe funcionando como elemento aglutinador en una sociedad que se complejiza.
No obstante, enfatiza, una mayor criticidad que en décadas anteriores provoca varias lecturas: puede ser muestra de ganancia en autenticidad y flexibilidad, que fortalece o lo contrario.
De acuerdo con la investigadora, de continuar avanzando una transformación empobrecedora de tal percepción puede generar “que deje de sentirse como propia (la identidad nacional), con consecuentes cambios en la subjetividad individual y colectiva”. (2022)