Hembra: teatro, jóvenes, equidad y feminismo

por:  Penélope Orozco Ortega
Tomado de: El Caimán Barbudo

La puesta de Trébol Teatro interroga lo que significa ser joven y mujer hoy en Cuba y a una de sus protagonistas, Grisell Monzón, le fue otorgado el Premio Adolfo Llauradó de la Asociación Hermanos Saíz…

La necesidad de autoafirmación y de romper el silencio impuesto durante siglos ha hecho posible la ampliación de las miradas en pos de un reconocimiento de las mujeres como sujetos y agentes sociales, que a través de diferentes medios desarrollan acciones para subvertir los marcos tradicionales donde son subsumidas y limitadas.

En este sentido, la principal dificultad radica en cómo construir una imagen de sí mismas, cómo explorar y hacer visible lo que son, quieren, hacen y pueden, cuando han estado siempre definidas por los otros y para los otros. Es por ello que en el campo de lo representacional, la mujer y todo lo relacionado con ella encuentra la barrera de aquello que no existe o aquello que no puede ser representado ni nombrado.

Sin embargo, no se han quedado en silencio, por el contrario, han incidido en la realidad para modificarla. Es justamente en ese espacio de la dominación, donde han contribuido a cambiar las situaciones de exclusión, lo que ha implicado nombrarse y visibilizarse. En este contexto, ha surgido un teatro distinto, representado por mujeres, como una práctica de disidencia, de ruptura y confrontación con todo aquello que convierta la diferencia en desigualdad. Y así nació Hembra, como “el grito mudo de una madre coraje”.

Grisell Monzón, Aydana Hernández Febles y Claudia Álvarez no paraban de pensar en lo que significa ser joven y mujer en Cuba. Ante groserías y burlas, el acoso y la invasión que puede todavía la mujer sufrir a diario, empañadas en cambiar todo eso, ellas ideaban día tras día las tácticas para imponerse. Necesitaban vivir en las pieles de Ana, Lilit y Eva.

Fiel a su instinto de enfocar conflictos de la sociedad cubana contemporánea, el dramaturgo Yunior García da voz a inquietudes y tensiones femeninas a través de cada línea de Hembra. Una obra que cobró vida “como otro grano de arena para la causa, como el grito de guerra de tres mujeres, encerradas en un universo, mojadas, pero con ‘tremendos ovarios”.

Hembra concede protagonismo, de manera crítica y propositiva, a la posición y condición de las mujeres; confiriéndoles autonomía frente al orden patriarcal e increpando sus normas, así como exponiendo el cuerpo femenino en escena. Es una respuesta, sin dudas, a la construcción de una identidad propia para dejar de ser ese otro androcéntricamente definido y así reivindicar la diferencia.

Las distintas formas de violentar a la mujer, las disfunciones familiares en las que siempre son ellas el peso muerto, la geopolítica, la insularidad, las propensiones y la más profunda soledad son algunas de las temáticas de alto alcance con las que el dramaturgo rehúye de las miradas intolerantes.

Esta producción teatral constituye un valioso ejemplo de cómo hay que forzar el lenguaje, la palabra y la representación para decir aquello que no tiene nombre, lo silenciado, el mundo de las mujeres representando con escenas de mujeres. Mediante la exacerbación de los clichés, el sarcasmo y la ironía se cuestiona la naturalización de los géneros y se hace evidente que es una construcción que puede y debe ser transformada.

Asimismo, rompe los tradicionales hábitos de percepción, en un tiempo donde, cada vez más, las mujeres escriben obras, protagonizan personajes, dirigen montajes y reciben premios, logrando que el punto de vista masculino, omnipresente también en la historia del teatro, se confronte con el punto de vista de las mujeres sobre ellas mismas.

LAS HEMBRAS DE HEMBRA

Tres actrices amigas desde hace mucho tiempo y que estudiaron juntas en el Instituto Superior de Arte (ISA), nunca habían trabajado en una misma obra. Pero cuando Claudia, Aydana y Grisell vieron Jacuzzi, se acercaron a Yunior al final de la puesta y le propusieron escribir algo pensado específicamente para ellas. Así nació Hembra.

Firmes en incitar la complicidad y arraigo del público, las actrices discrepan en caracteres y ritmos. El discurso se afirma decisivamente en la labor actoral. Claudia Álvarez vence cada escenario con fluida franqueza y su piadosa verborrea para evocar a Eva, sabia y de mente abierta. La muchacha bella y sexual que acostumbrábamos a ver en series y teleplays, ahora representaría todo lo opuesto a la erótica.

Tanto Claudia como Eva son mujeres a las que verse atractiva o femenina no les preocupa. Según afirma la actriz, tiene muchos pensamientos en común con su personaje; sin embargo, Eva se aleja mucho de lo que con anterioridad había experimentado en el teatro con Carlos Díaz. Sin duda alguna, la joven profesora de la Escuela Nacional de Teatro ahora tendrá mucho más que enseñarles a sus alumnos.

Por su parte, Grisell Monzón, para empezar a ser Ana, con todo y su afán por la tecnología, tuvo que entender finalmente la forma de pensar y actuar de la generación llamada Millenials. Antes de empezar el proceso de asociación con el personaje, la joven actriz nos cuenta que le preguntaron en una entrevista si se consideraba una millenial. Recuerda que su respuesta fue bastante escueta, pues no conocía entonces el verdadero significado de esa identidad. Sin embargo, como persona y como actriz ha tenido que adentrarse en ese y otros mundos. El personaje que interpreta en Hembra, es una suerte de contraparte, leve e impetuosa. Hace de mediadora en gran parte de la obra para disminuir el tono acelerado de la voz de Ana, la desinhibida seguidora de Instagram.

A diferencia del resto, Lilit, la esposa del gerente, es el personaje que más se aleja de la actriz. Está casada, tiene un hijo y carga a sus espaldas un peso emocional monumental. “Su pensamiento político y social se distancian muchísimo de mí”, afirma Aydana Hernández Febles, la intérprete y bailarina de ballet clásico que interpreta a dicho personaje. Desde la intrusión distante e incomprensible, Lilit marcha rumbo a un barrido de todo dolor. Aydana hace un uso distendido de cada línea y logra prescindir de la afectación que enrarece a la sufrida esposa.

“A pesar de las diferencias entre Lilit y yo, llegué a involucrarme, a sentir el personaje como mío. Con cada interpretación, iba sintiendo en mi carne cada capa de piel que dejaba caer Lilit, cada trozo de la máscara que usaba para moverse en aquel mundo, el mundo de su cónyuge, y que tarde comprendió que no era el de ella”, afirma con regocijo Aydana, actriz que interpretase con anterioridad el papel de “la hijastra” en Cloaca, la polémica obra de Juan Carlos Cremata.

Los nombres de los personajes son piezas claves en toda obra. El teatro cubano tiene muchos nombres compuestos o acompañados inseparablemente de sus apellidos. Pero, afortunadamente, Yunior prefiere los simples y cortos, con los que se puedan establecer referencias. Eva y Lilit vienen de la tradición judía y Ana alude a Ana Karenina, el personaje de Tolstoi. En las tres existe una relación lúdica con sus nombres.

Sobre esa elección, Yunior argumenta: “Una vez alguien hizo una tesis de doctorado donde dedicaba un capítulo entero a analizar por qué le había puesto cada nombre a los personajes de una de mis obras. Cuando la leí, yo mismo me sorprendí de aquel análisis que ni remotamente había pasado por mi cabeza. Pero como cada elección respondía a una lógica tremendamente elaborada, jamás le confesé a esa persona que simple y llanamente les puse el primer nombre que se me ocurrió mientras escribía.”

No obstante, el joven fundador de Trébol Teatro aprendió la lección. Ahora sigue sin repasar demasiado qué nombre poner a sus personajes, pero, a largo plazo, si piensa en qué responder cuando le hagan este tipo de preguntas.

Ser joven y mujer en Cuba es una responsabilidad. Como dijera Eliseo Diego: “No es por azar que se nace en un lugar o en otro, sino para dar testimonio”. Hembra es el testimonio de Grisell, Claudia y Aydana como mujeres, como cubanas y como jóvenes.

LA HEMBRA PREMIADA POR LA AHS

Aquella niña a quien muchos llamaban “la española”, nació, quizás por paradoja del destino, en San Juan y Martínez, Pinar del Río, y a día de hoy demuestra que los pinareños tontos son solo en los chistes.

Aunque su mayor sueño era ser acróbata de circo, Grisell de las Nieves Monzón, decidió entrar en la Escuela Nacional de Arte y terminó graduándose del ISA. La joven formó parte de la compañía de Ludy Teatro por más de seis años y participó en la serie televisiva Adrenalina 360. Confiesa que todo lo relacionado con el trabajo físico del cuerpo le apasiona y que si no la hubiesen aceptado en la ENA, habría empezado una carrera como tenista.

Lo cierto es que al día de hoy, Grisell es actriz y actriz premiada. La Asociación Hermanos Saiz le otorgó su Premio de Teatro Adolfo Llauradó “por la orgánica construcción psicofísica y vocal de un personaje que, por debajo de la extroversión y la aparente disposición constante a la broma, revela contradicciones y complejidades humanas reales en la obra Hembra”.

Recibir un premio siempre va a ser motivo de celebración, a todos encanta ser reconocidos por su trabajo; pero Grisell siempre ha creído que los premios no son metas sino motores de impulso para seguir esforzándose en aquello que le gusta y eligió como oficio.

“Este galardón es de Miguel Abreu y de Ludi Teatro, es tan mío como de ellos. También es de mis hembras: Aydana Febles y Claudia Álvarez. De Trébol Teatro, de Dayana y de Yunior García, porque con él estoy aprendiendo lo que se siente ser archipiélago y no isla, y que como artista, como joven mujer y como cubana tengo un lugar que defender con uñas y dientes”, asevera la joven actriz.

En su corta carrera como actriz, Grisell ha hecho ya un poco de televisión y cine pero mucho teatro. Ama el teatro y es lo que siempre quisiera estar haciendo. Su participación en la compañía El Ciervo Encantado con Nelda Castillo marcó su despertar como actriz, como cubana y como persona, aprendió a jugar con eso que eligió como profesión, a mirar de cara al público.

Grisell sueña con una Cuba más inclusiva, como mismo cree también en los dragones, los elfos y las hadas. Mientras aguarda porque se le aparezca alguna de estas criaturas mágicas, se entretiene montando bicicleta, haciendo ejercicios, contemplando el mar o bailando. Convencida está de vivir a los 60 años en una montaña, dentro de una casa grande y hermosa convertida en su retiro espiritual.

De momento, para verla nuevamente queda esperar por Vuelve a mirar, donde forma parte del elenco de esa telenovela cubana con fecha de estreno en este mismo año.

UN ACERCAMIENTO AL HOMBRE DE HEMBRA

Lo más inusual de Hembra es que fuera escrita por un hombre, Yunior García. Un “hombre feminista” y un escritor que no sólo aspira a decir, sino que dice realmente; y dijo mucho en Hembra.

Trabaja en su teatro con códigos realistas, pero procura que su discurso verbal y visual se aleje de los costumbrismos. Por eso enrarece lo realista con cierta dosis de poesía. En esa búsqueda, a veces aparecen metáforas, que no llegaron ahí por el puro afán de encontrarlas, sino como consecuencia del choque inevitable entre lo poético de la realidad y lo real en la poesía. El uso tan efectivo de la metáfora país-cuerpo-circunstancia en su obra, es claro ejemplo de ello. No necesariamente tiene que ver con lo lírico, sino con “crear lo que no existe”.

Dejemos a Yunior García contar por sí mismo los vericuetos de la creación de Hembra:

“En el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, en España, vi una coreografía argentina que me despertó muchas interrogantes. El espectáculo trataba sobre los cuerpos femeninos y suscitó cierta polémica, debido a que el coreógrafo era un hombre. Me parecía absurdo pensar que solo puedes hablar de racismo si eres afrodescendiente, o del holocausto solo si eres judío. Recordé aquella frase de Terencio: ‘Soy humano, y nada humano me resulta ajeno’ y Hembra fue el título que me susurró al oído una musa. ¿Quién soy yo para llevarle la contraria?

“La escritura de la obra y la concepción del montaje fue un proceso largo. Primero trabajamos con actrices holguineras que decidieron graduarse con un primer acercamiento al tema. Luego realizamos un preestreno en el Festival Internacional de Cine de Gibara con ese mismo elenco, a modo de working progress. Finalmente nos encontramos con el elenco definitivo y comenzamos desde cero, pero teniendo en cuenta los hallazgos del recorrido anterior.

“Cada obra que estrenamos en Trébol procura lanzar interrogantes. El objetivo no es encontrar respuestas, sino multiplicar esas preguntas. Cuando el público se relaciona con un hecho artístico, dentro de su cabeza, ocurren diálogos y conflictos paralelos a la obra que tiene frente a sus ojos. Esa batalla interna que vive, disfruta o sufre cada espectador, sirve a veces para reforzar sus ideas o para sacudir sus emociones y, por tanto, pueden cambiar muchas de las nociones que tiene sobre sí mismo y sobre la sociedad. Si alguien sale del teatro cuestionándose su propia actitud frente a una realidad concreta, puede que la obra haya cumplido una parte de su propósito, pero el mérito es en verdad de esa persona que fue capaz de enfrentarse a sí mismo a través del arte.

“Otro temor que no padezco es el pánico a los lugares comunes. Me recreo con ellos, los asumo como reto. Disfruto que la gente se acerque a las obras creyendo que ya sabe todo lo que va a ocurrir. Y disfruto más, obviamente, cuando son capaces de sorprenderse ante lo que imaginaban como un cliché. Creo firmemente en la mirada y la voz de cada artista. Por eso seguimos asistiendo a ver una Antígona o un Edipo. No es el tema, a veces, lo que nos atrae, sino la singularidad con que cada creador es capaz de acercársele. La originalidad significa, también, volver a los orígenes. Encontrarla o no, es algo que dependerá del talento de cada cual. Pero pretender huir de las zonas trilladas no garantiza que aparezcan caminos nuevos. Yo sigo esta máxima: si no hay nada nuevo bajo el Sol, hagámoslo todo, otra vez… bajo la noche.