Autor: Ana Celia Perera Pintado.
Artículo publicado en CD Caudales 2006, Editorial de Ciencias Sociales – CIPS, ISBN 959-06-0893-0, La Habana.
Desde la década del 90, cuando alcanzó mayores dimensiones, la globalización se convirtió en tema habitual y recurrente; sin embargo, la diversidad de sus rostros y voces sigue reclamando la atención de los estudiosos sociales. Lo habitual corre el riesgo de concebirse como parte de lo denominado intrascendente y no provocar más reacción que la aceptación o adaptación. Somos vulnerables a las influencias de las redes de la información actuales y estamos ante el peligro de ser receptores pasivos de sus mensajes, de concebir como normal tanto la idea de la integración armónica de lo local en un mundo global sin percibir las diferencias que nos separan, como las condiciones de desigualdad impuestas por las condiciones de dominación imperantes o de asumir posiciones de rechazo hacia aquellas influencias que rebasan las fronteras de nuestras experiencias locales.
A juzgar por sus teóricos o críticos más severos, la globalización sería algo así como un fenómeno o fuerza suprahumana independiente de las prácticas de los actores sociales; en unos casos un “verdadero demonio”, en otros “el progreso y salvación para la humanidad” o una “derivación inevitable e inexorable del desarrollo tecnológico”. Ambas posiciones basan sus interpretaciones, generalmente, en aspectos meramente económicos o tecnológicos (Mato, 2000).