Por: Adriana Agramonte Machado
Foto: SEMlac Cuba
Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Pese a los avances en el reconocimiento de los derechos de la infancia, y de los programas educativos sobre educación sexual, existen evidencias de la persistencia de niveles significativos de discriminación, violencia y hostigamiento en el ámbito escolar. Se constata que infantes y adolescentes están viviendo circunstancias de lucha todos los días cuando muestran una expresión de género no binaria, una atracción o deseo sexual no heterosexual o desarrollan la propia identidad.
La escuela, como espacio de socialización, es una institución fundamental para la conformación de la identidad que implica la libertad de expresión de autodefinirnos según los propios deseos. En la cultura y la sociedad, en la familia y en la escuela, persisten fuertes visiones androcéntricas y heteronormativas que entorpecen el desarrollo de la identidad. El androcentrismo establece la supremacía del punto de vista masculino, mientras que la heteronormatividad o heterosexualidad, como norma, presupone que todas las personas son, serán o deberían ser heterosexuales.
A causa del sexismo y la homofobia, infantes y adolescentes que no se identifican con su sexo de nacimiento, ni están conformes con el género de asignación o tienen una orientación sexo-erótica no heterosexual, son vulnerables al rechazo, la burla, la intimidación y el aislamiento escolar. Así mismo ocurre con las personas intersexuales, aquellas que nacen con caracteres sexuales (como los genitales, las gónadas y los patrones cromosómicos) que no se corresponden con las típicas nociones binarias sobre los cuerpos masculinos o femeninos.
El ejercicio de las violencias constituye un desafío para el bienestar personal y para la institución educativa. La jurista Rita María Pereira ha alertado que la escuela puede constituirse en un espacio de desintegración social, cuando la convivencia escolar no está basada en el respeto a la diferencia. El acoso escolar homofóbico ha sido identificado en las escuelas cubanas. Un número considerable de estudiantes son víctimas de este tipo de violencia, “a espaldas del profesorado algunas veces y en otras no”, ha referido la pedagoga Yoanka Rodney1, especialista en el tema. En ese sentido afirma: “las agresiones y formas sistemáticas de intimidación contra niños, niñas, adolescentes y jóvenes que desafían modelos dominantes de masculinidad y feminidad configuran un fenómeno frecuente en el ámbito escolar”.
La discriminación no reconoce las diferencias humanas que expresan quienes somos: personas únicas. Es injusta y es violenta. Puede conllevar menos oportunidades y causar malos tratos. El desprecio por la diferencia es una realidad social, de la cual no está exento el sistema educativo; refuerza los estereotipos de género bajo la cosmovisión de la heteronorma cultural que pretende, espera y obliga una coherencia lineal y directa entre el sexo biológico, la identidad y expresión de género y la orientación sexo-erótica. De esta manera, se adjudica a los cuerpos ciertos rasgos o caracteres esenciales, que pretenden perpetuar la idea naturalizada de que la expresión de género (el comportamiento, la forma de andar, de vestir, de hablar) es natural según la definición del sexo con el cual hayamos nacido y asignado en el momento del nacimiento.
Según Rodney y García2, en Cuba son casi nulos los estudios sobre el acoso escolar en las escuelas. Estas autoras definen el bullying o acoso homofóbico escolar como “acciones y comportamientos discriminatorios violentos hacia niñas, niños, adolescentes y jóvenes por motivo de su homosexualidad o aparente homosexualidad, de manera repetida en el tiempo y que involucra al estudiantado en los roles de víctima agresor y espectador”. El tema es trascendental porque el estigma, la discriminación, el abuso, la coerción y las violencias en los espacios escolares son obstaculizadores para el desarrollo integral de la personalidad, la salud y el bienestar humano.
El acoso escolar tiene raíz en el sistema binario sexo-género. En la cotidianidad de las escuelas se formulan explicaciones sobre el comportamiento humano que están basadas en prejuicios sobre las identidades sexo-genéricas no-normativas. Los problemas que enfrentan las infancias trans, lejos de resultar experiencias aisladas o poco frecuentes, y aun cuando no se pueda constatar con exactitud, cada vez son más visibles y reconocidos.
La identificación del acoso escolar y sus consecuencias en infantes y adolescentes intersexuales ha sido menos explorada y los estudios cubanos son prácticamente inexistentes. Sin embargo, infantes y adolescentes intersexuales sufren discriminaciones y violencias generadas por el hecho de quedar fuera de los márgenes del sistema hegemónico sociocultural, al igual que ocurre con las no heterosexualidades, las identidades trans y otros sectores sociales.
Una revisión realizada por Granero y García3 de las principales bases de datos científicas sobre el estado de las intersexualidades en las escuelas halló una falta de atención desde la investigación a este sector poblacional. Las carencias, necesidades o situaciones de las intersexualidades en la práctica educativa pasan inadvertidas entre el conjunto de identidades afectivo-sexuales y de género, invisibilizándose así la información individual, concreta y específica sobre ellas.
El conocimiento sobre el sufrimiento intersexual a causa del acoso escolar es nulo y es imprescindible su abordaje de manera trasversal y profunda, a fin de frenar las consecuencias psicológicas negativas para la autoestima, el rechazo al sistema educativo, el aislamiento social, las conductas de riesgo y la depresión.
Atender a las formas de corporalidad no binarias en el ámbito científico y académico educativo es cardinal para potenciar el conocimiento, el análisis y la reflexión sobre las concepciones sociales, presentes no sólo en el alumnado, sino además en el profesorado. Permitiría a las instituciones escolares visibilizar, legitimar y conformar espacios sociales y de aprendizaje libres de deshumanización, que potencien los derechos y valores igualitarios.
Según Granero y García4, “en los contextos educativos estudiados las intersexualidades constituían una realidad prácticamente olvidada e invisibilizada, se conciben sólo dos categorías binarias de sexo como únicas posibilidades reales, válidas y sanas y, cuando se abordan las corporalidades no binarias, la mirada patologizante y discriminatoria hacia la realidad intersexual emerge, concibiéndola como anómala e indefinida”.
La investigación cubana en la que participaron personas intersexuales adultas, en 20105, reveló que las expresiones atípicas de género durante la infancia significaron dificultades y conflictos en los vínculos interpersonales, sea en la relación con pares o con las figuras adultas fundamentales, como maestros y los padres. Estas personas narran que, durante su infancia, fueron calificadas de ‘inquietas, intranquilas o indisciplinadas’; y percibidas como “llamativas o raras”, al desarrollar liderazgo grupal y defender los derechos de los “más débiles”. Las expresiones no binarias de género fueron interpretadas como trastorno psicológico o psiquiátrico por las familias y las autoridades escolares y fueron de los motivos más importantes por las que resultaron atendidas en servicios de salud mental. La experiencia de L, recoge esta realidad:
“Siempre salía que yo era una indisciplinada, es decir, mi maestro decía(…) estando yo en la primaria me portaba mal(…) yo hacía que los demás no copiaran, pero yo copiaba,(…) entonces era el jueguito de mano, el taquito,…ellos no entendían que yo no jugara los juegos normales(…) de hembra…el pon o las casitas (…), yo era muy intranquila, siempre estaba buscando actividad, y prefería jugar con los varones, siempre me pintaban de marimacha, que andaba con varones (…) por eso te decía que en mi niñez no tuve amigos, de así…de salir con un amigo o una amiga, eso lo vine a tener ahora, ya a los 30 años”.
Hay una diferencia entre el bullying homofóbico y otras formas de acoso escolar como la invisibilización, el rechazo, la falta de apoyo, el estigma y la crítica que provoca una interiorización negativa del autoconcepto. Pero todas dañan. La violencia verbal, con el uso de códigos obscenos y vulgares, de calificativos peyorativos y burlas como ‘marimacha’ o ‘travesti’, afectaron la salud emocional de las personas intersexuales entrevistadas y causaron síntomas como malestar, irritación y tristeza. Los calificativos negativos y burlas provenían de pares, principalmente varones, que integraban el espacio escolar y, en otros casos, de personas residentes en la comunidad donde vivían. Las críticas recibidas de figuras de autoridad, como el maestro y los padres, causaron sentimientos de vergüenza, desamparo e incomprensión y les provocaron una sensación de aislamiento y no pertenencia a los grupos escolar y familiar. Asimismo, se sintieron cuestionadas y violentadas en sus expresiones de género, al transgredir el comportamiento de niñas “femeninas”.
La crueldad desarrollada por pares en el ambiente escolar instituye una realidad que convierte el contexto educativo en un espacio hostil para quienes quebrantan las fronteras de la sexualidad y el género. Constituye una forma de violencia psicológica que menoscaba el desarrollo armónico de la personalidad, el proceso de socialización y el bienestar emocional. Niños, niñas, niñes y adolescentes merecen vivir en un mundo que les respete y ofrezca las mismas oportunidades de cuidado, amor y crecimiento, sin importar su identidad y expresión de género; deben tener los mismos derechos de crecimiento humano, a desarrollarse sin barreras de ningún tipo.
El profesorado y la comunidad educativa deben proyectar, promover y sostener prácticas educativas que alienten la construcción de vínculos afirmativos positivos de las identidades y de las expresiones de género no binarias, libres de prejuicios. Desarrollar la escucha activa a los problemas, los intereses y las necesidades infanto-juveniles sobre los temas de género y sexualidad es cardinal como posicionamiento pedagógico básico.
Trabajar en las prácticas docentes por la no reproducción de valores discriminatorios y la potenciación del debate sobre la normatividad imperante permitiría cuestionar las bases de las concepciones binarias y sexistas, además de que ayudaría a prevenir los diferentes tipos de violencias. Es imperativo que los programas de educación de la sexualidad incluyan a las intersexualidades, a la diversidad de corporalidades existentes. Ayudaría a que las instituciones escolares sean generadoras de espacios de inclusión, respeto e igualdad para todos, todas y todes.