Autor: María Isabel Domínguez.
Artículo publicado en CD Caudales 2006, Editorial de Ciencias Sociales – CIPS, ISBN 959-06-0893-0, La Habana.
En medio de las complejas circunstancias que vive la Humanidad en las postrimerías del siglo XX, que han obligado a una reflexión internacional acerca de la necesidad de preservar y fortalecer los procesos de integración social de las distintas comunidades – regionales, nacionales y locales – el sector de la juventud requiere una mirada particular, pues ellos serán los que marquen la tónica del presente siglo, al cual están arribando con un conjunto de problemas comunes como generación, a pesar de las diferencias según el contexto concreto en que se desenvuelven, sus condiciones anteriores y sus perspectivas de futuro.
Pero si ello se enmarca en la región del Caribe, la relevancia del tema es aun mayor si se tiene en cuenta que por el proceso de transición demográfica que ella atraviesa, el número de personas menores de 30 años alcanza altas cifras, las que representan una elevada proporción en el total de la población.
Pero, a pesar de su peso numérico, su importancia cualitativa y los acuciantes problemas a los que se enfrenta, la juventud es vista, en el mejor de los casos, como un grupo que hay que “proteger” y “formar” y, en el peor, como un sector conflictivo al que se debe “controlar” y “neutralizar”. Muy pocas veces es vista como un grupo clave en la articulación de programas y planes de desarrollo, no solo como sus destinatarios sino como actores protagónicos y, de hecho, las condiciones en tal sentido no están creadas.