Tomado de: www.clacso.org
(Transcripción de la Columna de Karina Batthyány
en InfoCLACSO – 19 de agosto 2020)
-Veníamos hablando de las distintas dimensiones de la desigualdad y vaya si la educación es una dimensión significativa. Conocemos que se están agravando las brechas educativas y que esto nos lleva a volver a colocar en el centro de la discusión del debate público a la escuela. A la escuela en tanto su importancia por supuesto material, pero también su importancia simbólica como institución que garantiza un conjunto de derechos básicos, no sólo el derecho a la educación. También en muchos casos por medio de servicios de alimentación y de acceso a otros servicios que garantizan también el bienestar en el caso de las escuelas de la infancia, de los niños y la preocupación que tenemos. Porque, digamos, una de las medidas más recurrentes en los 190 países ha sido cerrar las escuelas en el marco de esta pandemia: algunas han vuelto a abrir, otros países todavía las tienen cerradas, pero fue una de las medidas para mitigar el impacto del coronavirus.
En mayo la UNESCO estimaba que había unos 160 millones de estudiantes de América Latina y el Caribe que habían dejado de tener clases. Y esto nos preocupa por el agravamiento de estas brechas educativas por la interrupción de las trayectorias educativas, pero como decía también por el recorte de otros servicios principalmente de alimentación y de nutrición hacia toda esta población. La CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) estima 90 millones más o menos los niños y niñas que reciben algún tipo de alimentación en las escuelas de América Latina y el Caribe. Vemos que las medidas que se han tomado, además del cierre de las escuelas, nos muestran una preocupación que es la que quiero poner en discusión: la preocupación central está en cómo evaluamos, cómo calificamos en estos momentos complejos de cierres escolares y liceales el rendimiento de los estudiantes. Y eso es lo que me preocupa porque nos estamos olvidando en realidad del proceso educativo en sí mismo, que es mucho más que tres, cuatro, cinco o seis meses en la vida de un estudiante, de un niño o de una niña. Y la preocupación central está ahí: cómo mantener la evaluación, los programas, las tareas que se cumplan, y no tanto en pensar la continuidad de este proceso educativo y cómo tratar de ayudar en estos tiempos complejos para que ese proceso pueda continuar.
Además debemos decir, retornando al tema de las desigualdades, que las soluciones que se han propuesto en muchos de nuestros países dejan en evidencia otras brechas como por ejemplo la brecha tecnológica, la tele-educación o la educación a distancia que se están implementando en todos nuestros países, puede dar resultados (hay que discutirlos) para algunos sectores. Pero claramente hay sectores donde, o bien no llega la conexión a internet o la posibilidad de acceder a la tele-educación, o bien no hay dispositivos para hacerlo, o bien no hay condiciones materiales, físicas en los hogares, en los lugares donde están estas personas para poderse dedicar a la tele-educación. Y esto está agravando las dificultades y está agravando las distancias y las desigualdades entre aquellos que pueden darles cierta continuidad al proceso educativo con la teleducación y aquellos que claramente que hace cinco o seis meses, en algunos casos, no han tenido contacto educativo alguno.
-Qué dificultad de lectura tuvieron algunos y algunas analistas al principio cuando lo primero que vieron en la pandemia fue una lógica democratizante, casi como si a todo el mundo le impactase de la misma manera. Pensaba: qué lectura tan corrida de la realidad que tenian algunos analistas en marzo y qué diferente se ve hoy… Sólo en el planteo de lo educativo ya se ve que de democrático tiene muy poco la pandemia.
-Absolutamente. Como decía, hay muchos niños, niñas y adolescentes que han perdido el contacto con todo proceso educativo y eso preocupa ahora en estos meses, pero preocupa a futuro porque implica deserciones, desvinculaciones escolares o liceales en sus ciclos educativos. Y allí debo mencionar que también preocupa ver si no hay un impacto diferencial de género en algunos países, donde sean más las niñas o las adolescentes que se desvinculan del sector educativo que los varones. Además, tenemos que mirarlo también desde cómo esto se trasladó a los hogares (tú tienes niños chicos, lo debes saber muy bien) en la demanda sobre los adultos responsables para que den cumplimiento y seguimiento a las tareas escolares. Por eso decía el énfasis que tanto se colocó en esto de la evaluación y no en la idea de la educación como proceso.
Claramente algunos adultos o adultas, porque muchas han sido mujeres las que han asumido esta tarea, pueden hacerlo y nuevamente encontramos aquí las brechas de desigualdad en aquellos adultos o adultas que no están en condiciones de realizarlo por distintos motivos. Porque tiene que priorizar generar ingresos, salir por lo tanto de los hogares y no estar allí para apoyar estos procesos o por, nuevamente, carencias de distintos tipos para poder realizar esto. Entonces, esta dimensión de la educación que ya era una preocupación en América Latina antes de la pandemia, se está agravando y creemos que debemos tenerla en cuenta. Y falta una dimensión que no la voy a colocar hoy porque ya abusaría del tiempo, pero que es también pensar esta problemática desde el lado de trabajadores y trabajadoras de la educación, todo lo que ha cambiado su realidad laboral y también las garantías de sus derechos en el ejercicio de la función educativa. Prometo no abordar ese tema hoy, pero no quería dejar de mencionarlo.