Autor: Sonia Jiménez Berrios.
Artículo publicado en CD Caudales 2008, Ed. Ciencias Sociales – CIPS, ISBN 959-06-1157-5, La Habana.
La sucesión pontificia de la Iglesia Católica Apostólica y Romana constituye un hecho histórico y político comparable, por las expectativas que genera a escala internacional, con el proceso eleccionario de una potencia mundial.
El Vaticano, en su doble condición de Estado y sede de una de las instituciones religiosas de mayor preponderancia en el planeta, guía espiritual de más de mil cien millones de seres humanos, semeja una especie de estado supranacional.
La voz de un Papa de la Iglesia Católica, sin pretender magnificar su influencia, concita la atención de naciones, estadistas y los medios de difusión masiva. Sobre todo a partir del largo pontificado de Juan Pablo II.
La cobertura inusual de todo lo concerniente con la enfermedad, muerte y entierro del Papa, así como al proceso de sucesión pontificia, constituyó una apoteosis mediática, organizada por los medios de comunicación más poderosos e influyentes de la actualidad, tal vez motivada por el imperativo de mostrar al mundo la existencia de un líder espiritual fuerte y reconocido universalmente, ante la carencia en el sistema actual de globalización de líderes políticos con atributos semejantes.
Precisamente la elección del sucesor de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, despertó múltiples especulaciones, pronósticos y vaticinios, no sólo antes de que el humo blanco anunciara: Habemus Papam, sino desde el mismo instante en que Joseph Ratzinger, el actual Benedicto XVI, accediera a la decisión de los cardenales.