Autor: Yuliet Cruz Martínez.
Artículo publicado en CD Caudales 2011, Editorial Acuario, Centro Félix Varela – CIPS, ISBN 978-959-7071-79-2, La Habana
Existe consenso acerca de que la participación constituye, en gran medida, expresión de la implicación de las personas con su realidad, así como en que redunda en el mejor funcionamiento de los diferentes ámbitos de la vida cotidiana y, por supuesto, a escala macro – sin ignorar la propia transformación del sujeto de participación‐. A pesar de que ha sido un tema ampliamente tratado, queda aún mucho camino por recorrer: puede identificarse un trecho
entre la producción teórica referida al mismo y las indagaciones empíricas; se encuentran posturas que abogan por la participación, pero que en realidad enmascaran manipulación; así como podríamos referirnos a la persistencia de desigualdades sociales que resultan expresión de francos procesos de exclusión.
No es exagerado decir que entre los grupos sociales que han sido históricamente reprimidos y/o invisibilizados de la función de aporte social se encuentra la infancia. Claro que la noción de infancia ‐y por ende su tratamiento‐, ha ido cambiando con los años; pero lo cierto es que no fue hasta hace poco que comenzó a plantearse internacionalmente la necesidad de dejar de ver a los niños y las niñas como simples objetos de transformación para pasar a considerarlos sujetos transformadores. En este viraje marcó pauta la Convención sobre los Derechos del Niño, que introduce un concepto innovador en lo relativo a los derechos de la infancia, pues plantea el derecho a la participación.