Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por: Iyamira Hernández Pita
Foto: SEMlac Cuba
Comparado con una década atrás, hoy se habla y se conoce más sobre violencia de género en diferentes espacios de socialización en Cuba. Lo acaba de confirmar una reciente investigación que indagó sobre el conocimiento y la representación de esta problemática en universidades de varios territorios del país. Aún en fase de procesamiento definitivo, asomarse a algunos avances de los resultados obtenidos en la Universidad de La Habana puede ayudar a explicar la afirmación inicial de este artículo.
En una encuesta a 107 estudiantes de las facultades de Economía, Física, Turismo y Sociología de la casa de altos estudios capitalina, la mayoría señaló que la violencia de género constituye una relación asimétrica de poder, tiene su base en las diferencia por pertenecer a uno u otro género (masculino o femenino), aunque algunos lo asociaron solo al hecho de ser mujeres, tener una orientación sexual o expresión de género no heteronormativas y otros al simple hecho de ser personas, sin hacer distinción por ser hombres o mujeres.
La muestra seleccionada, con mayoría de mujeres (62,61%), también identificó, en su mayoría, que esta forma de maltrato se materializa en actos violentos, uso de la fuerza, violencia psicológica, económica, emocional, sexual, abuso de poder y mini acosos que se dan comúnmente en la sociedad, como puede apreciarse en algunas de las respuestas:
- Es el uso intencional de la fuerza (física o no) que tiene como resultado el sometimiento o algún tipo de daño físico, psicológico o de otra índole, siempre que su motivo sea el género o la expresión de género de la persona violentada.
- Pienso que los mini acosos que se viven en la sociedad del día a día se considera violencia basada en género, las agresiones, los malos comportamientos de palabras.
- Discriminar a alguien por su orientación sexual o incluso gustos, o sea criticarlo por ser «diferente».
- Ser discriminada, maltratada o menospreciada por la preferencia sexual, la forma de ser o pensar de una persona.
Señalan que se puede ser víctima de este tipo de actos en cualquier contexto o ámbito, ya sea social o privado; y pertenecer a cualquier estrato social, nivel educativo, cultural. Además, algunas de las personas entrevistadas reconocen las consecuencias que generan estas relaciones de poder para las quienes están en el rol de víctimas, además de admitir que ese sometimiento afecta su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial y seguridad.
Es importante destacar que la muestra seleccionada responde proporcionalmente a la matrícula de la universidad, donde ingresan más mujeres que hombres. En cuanto a la orientación sexual, 101 estudiantes se declararon heterosexuales; cuatro, bisexuales; uno, pansexual y otro, homosexual.
Respecto al color de la piel, 65,4 por ciento se identificó de piel blanca; 9,3 por ciento, negra y 38,6 por ciento, mulata. Es importante destacar la baja cantidad de estudiantes negros, lo cual da cuenta de resultados de otras investigaciones relacionadas con un “blanqueamiento de la universidad”, donde se observa una disminución de la población negra en las carreras universitarias, aun cuando las políticas educacionales del país son equitativas y de libre acceso y se condena el racismo como forma de discriminación.
En cuanto a la práctica religiosa, nueve se declararon de la religión católica; otros nueve de iglesias cristianas, siete de la religión yoruba, tres se reconocieron agnósticos y no practican ninguna religión 82 de las personas que respondieron; lo que da cuenta de la multiplicidad de religiones y expresiones de fe que confluyen en la sociedad cubana.
La percepción de la violencia cercana
La mayoría de las respuestas (67,3%) apuntó a que son los medios de comunicación (TV, prensa, radio) la vía por la cual han recibido información sobre los temas relacionados con la violencia basada en género; seguidos de la interacción con familiares y amigos en 31,7 por ciento y mediante capacitaciones y estudios académicos 30,8 por ciento. Las otras formas mencionadas, en menor cuantía, fueron “otras charlas y capacitaciones fuera del ámbito académico” o “a través de internet y las redes sociales”. Solo 7,7 por ciento dijo no haber recibido o adquirido ninguna información al respecto.
Entre de las manifestaciones de violencia que reconocen con mayor frecuencia destacan la física (98,1%), la psicológica y la sexual (96,2%); seguidas del bullying o acoso escolar (95,2%), lo cual despierta las alarmas debido al contexto escolar en que se está aplicando la encuesta.
Con respecto al mobbing o violencia laboral, 58,1 por ciento la identifica como una de las manifestaciones más latentes de violencia. El 80 por ciento de la muestra mencionó las ciberviolencias como una de las más frecuentes, seguida de la violencia económica (38,1%), la patrimonial (15,2%) y la simbólica (10,5%).
En relación con los grupos poblacionales identificados como víctima de violencias, una amplia mayoría de las respuestas (93,2%) apunta a las mujeres como receptoras principales del maltrato, seguidas de 82,5 por ciento que reconoce como grupo vulnerable a las personas con identidades o sexualidades que se alejan de la heteronorma, 69,9 por ciento que identifica a adolescentes y jóvenes y 67 por ciento que señala a niños y niñas. A su vez, cerca del 45 por ciento identificó a los hombres, personas en situación de discapacidad y adultas mayores como víctimas de las violencias basadas en género.
El 89 por ciento de la muestra reconoció tener en su círculo de amistados o personas cercanas a personas que han sufrido algún tipo de violencia de esta naturaleza. Además, destacan los ámbitos familiares y escolares como los de mayor incidencia en este sentido (60%). La mitad de las personas encuestadas identificó la relación de pareja como un espacio de riesgo, seguido por los medios de comunicación (40%) y el ámbito comunitario (38,9%); el espacio laboral (28,9%) el religioso (20%) y los grupos de iguales (10%).
También identificaron mayoritariamente a la familia como el lugar ideal para fomentar la prevención de la violencia basada en género, seguida por la escuela y la comunidad; en tanto 56,7 por ciento reconoció el papel del Estado en función de la erradicación de este flagelo.
En relación con el conocimiento que tienen sobre los daños que ocasiona la violencia, una alta proporción (97,1%) asevera conocerlos y solo 2,9 por ciento alega desconocimiento al respecto. Como principales daños identificaron los físicos (lesiones leves, graves o muerte), los psicológicos, “la violación de los derechos humanos” y “las afectaciones sociales” que ocasionan estos actos. Respecto a reconocer la violación de los derechos como una de las consecuencias, uno de los integrantes de la muestra señaló que la violencia:
…es la negación de los derechos humanos y la integridad física y mental…
A modo de generalizaciones parciales
De manera general, los resultados de esta primera parte de la encuesta aplicada confirman que este grupo de estudiantes, diverso no solo por su perfil profesional, sino también por su género, color de piel y afiliación religiosa, logra asociar el concepto de violencia basada en género con actitudes violentas hacia las mujeres, principalmente, o personas con orientaciones sexuales no heteronormativas, aunque declaran que la violencia no supone distinción respecto a si se basa en género o no, sino que es un acto de maltrato en contra de las personas.
Igualmente, identifican como sus mayores expresiones los actos de violencia física y como escenarios más probables, la escuela y la familia, un asunto que merece seguirse de cerca, pues se trata de dos de sus principales ambientes de socialización.