Por: Ada Lescay González
Tomado de: El Caimán Barbudo
Entre los días 31 de agosto y 8 de septiembre de 2001 tuvo lugar, en la República de Sudáfrica, un encuentro ecuménico esencial, en tanto guía para el diseño y puesta en marcha de políticas culturales encaminadas a la gradual y sistemática conquista de la equidad y la justicia social. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) convocó a la comunidad internacional para realizar, en la ciudad de Durban, la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia. Veinte años después, la Declaración y el Programa de Acción aprobados en esta reunión siguen teniendo total vigencia.
Si bien es cierto que la Declaración y el Programa de Durban estuvieron antecedidos de importantes disposiciones y acuerdos como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial (1965), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), la Convención Internacional para la Represión y el Castigo del Crimen del Apartheid (1973) o la Declaración sobre la Raza y los Prejuicios Raciales (1978); es preciso apuntar que lo encomiable de ambos textos no es la denuncia del racismo per se, sino la hoja de ruta que trazan para erradicar este flagelo.
En los documentos de Durban se reconoce que el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia son consecuencias del colonialismo. Se admite que la esclavitud y la trata de esclavos, especialmente la trata trasatlántica; así como el apartheid y el genocidio son crímenes de lesa humanidad.
La Declaración visibiliza a grupos sociales o comunidades que han sido víctimas, históricamente, del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia como africanos y afrodescendientes, personas asiáticas o de origen asiático, pueblos indígenas, migrantes, refugiados, solicitantes de asilo, personas internamente desplazadas, personas con discapacidades, romaníes, gitanos, sintis, nómadas. La proclamación sostiene que es preciso respetar y proteger la identidad étnica, lingüística, religiosa y cultural de esta mayoritaria y plural representación de la humanidad.
Ni la Declaración, ni el Programa de Durban soslayan la situación particular de las mujeres y las niñas pertenecientes a estos grupos o comunidades. Se exhorta a la inclusión de una perspectiva de género en la concepción y puesta en marcha de proyectos políticos, económicos, sociales o culturales encaminados a la paulatina eliminación de cualquier expresión de intolerancia o discriminación.
Son incisivas y atinadas las líneas correspondientes al punto 79 de la Declaración, en las que puede leerse: “… los obstáculos para vencer la discriminación racial y conseguir la igualdad racial radican principalmente en la falta de voluntad política, la legislación deficiente, y la falta de estrategias de aplicación y de medidas concretas por los Estados, así como en la prevalencia de actitudes racistas y estereotipos negativos”.
Para emprender el largo y difícil camino de aniquilación del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia la Declaración propone crear condiciones políticas, económicas, sociales y culturales equitativas, proclamando la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Convida a la adhesión y pleno cumplimiento de la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial.
Por otro lado, el texto insta al uso de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías en las luchas por la equidad y la justicia social. Resalta el importante rol de los medios de comunicación en la representación y reproducción de imágenes con un espíritu descolonizador, que legitime la diversidad y la autenticidad de escenarios culturales locales, nacionales o regionales.
Finalmente, la Declaración reconoce la importancia de la educación –especialmente la educación en materia de derechos humanos– en la formación de valores apegados a la ética y el civismo. Una educación que promueva la reflexión crítica, la evaluación rigurosa de la historia de la humanidad, con el propósito de comprender los orígenes y las manifestaciones del racismo, la xenofobia, el sexismo y otras formas de intolerancia. Es preciso abogar, cada día, por visiones más ecuménicas de la enseñanza; visiones que apuesten por el diálogo armonioso y diáfano con la otredad, que es, en sí misma, una mutación de la mismidad.
Por su parte, el Programa de Acción de Durban ofrece algunas pautas para la praxis antirracista en escenarios nacionales, regionales e internacionales. Luego de reconocerse los nexos entre pobreza/subdesarrollo/marginación y racismo/discriminación racial/xenofobia, en el texto se recomienda la realización de inversiones, públicas y privadas, que contribuyan a erradicar, gradualmente, las desigualdades económicas. Estas inversiones deben centrarse en esferas de la vida social como la atención sanitaria, la educación, la salud pública, la vivienda, el acceso a la electricidad o el agua potable, entre otros.
Asimismo, el documento insta a las naciones a promover la participación en todos los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales de la sociedad a todas las personas que, históricamente, han sido víctimas del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia. Se considera necesario también ratificar y aplicar, de manera efectiva, los instrumentos jurídicos relativos a los derechos humanos y la no discriminación.
El Programa de Durban invita a la realización de estudios, investigaciones que garanticen la evaluación periódica de la situación de los individuos y los grupos que han sido víctimas de la discriminación; unido a la organización y fortalecimiento de “actividades de capacitación sobre los derechos humanos con enfoque antirracista y antisexista, para los funcionarios públicos, incluido el personal de la administración de justicia, especialmente el de los servicios de seguridad, penitenciarios y de policía, así como entre las autoridades de salud, enseñanza y migración”.
Por último, deben mencionarse las referencias en el texto al posible empleo de las acciones afirmativas o positivas.1 Aunque persiste la polémica internacional en torno a la pertinencia y efectividad de estas, el Programa las contempla como estrategia viable en las agendas de trabajo comprometidas con la igualdad y la justicia.
En otro orden, debe resaltarse que tanto en la Declaración como en el Programa se denuncia la persistencia y la reaparición del neonazismo, el neofascismo y las ideologías nacionalistas violentas. Se expresa una férrea oposición al antisemitismo, el antiarabismo y la islamofobia. Cuando se refiere a la situación del Medio Oriente se pide el fin de la violencia y la apertura de espacios de diálogo y negociación. En ambos documentos se reconoce el derecho del pueblo palestino a la libre determinación y al establecimiento de un Estado Independiente.
Esta sucinta descripción de las premisas y pautas enarboladas por la Declaración y el Programa de Acción revelan la lucidez de los jefes de Estados, cancilleres, ministros, consejeros y demás funcionarios que reunidos en la urbe sudafricana, durante nueve días, evaluaron, discutieron y aprobaron documentos esenciales para trazar caminos de reivindicación y reparación.
Es muy interesante el modo en que el periodista cubano Pedro de la Hoz recrea los pormenores del cónclave. En la primera parte de su libro Durban, diez años después; la batalla cubana por la plena equidad racial(2012), el autor expone muy bien el contexto en el que tuvo lugar la Conferencia de Durban, así como la incidencia de esta en escenarios socioculturales específicos, de América Latina fundamentalmente.
Aunque recomiendo la lectura íntegra de este material bibliográfico, me tomo la atribución de resaltar, de modo particular, los textos “Durban por dentro” y “Cuba en Durban”. El primero resulta ser una encomiable aproximación a las dinámicas de los debates en el seno de la conferencia. Son muy valiosas las alusiones a tres de los temas más álgidos analizados allí: la responsabilidad de las potencias occidentales en el comercio y explotación de esclavos africanos y sus secuelas contemporáneas, las compensaciones e indemnizaciones exigidas por los Estados africanos víctimas de la esclavitud y las vejaciones que, por décadas, ha sufrido el pueblo de Palestina.
Asimismo, creo que este trabajo puede ser un buen referente para comprender cómo el proceso de aprobación de declaraciones, programas o convenciones genera, necesariamente, zonas de disputa. Se agradecen, por ejemplo, los detalles ofrecidos por Pedro de la Hoz sobre la postura de Siria ante la Declaración de Durban.
Es enriquecedor conocer que este país creía pertinente incluir un artículo que afirmara que «la colonización y la ocupación extranjera son una fuente, causa y forma de racismo». Y aunque esta propuesta fue rechazada, es un orgullo saber que entre los veintisiete países que apoyaron a Siria estaba Cuba.
Reveladoras son también las narraciones sobre el compartimiento de Estados Unidos e Israel; naciones que se retiraron del encuentro el cuarto día de sesión o la resistencia de las potencias occidentales a aceptar que sus actuales hegemonías son el resultado de las maquinarias colonial y esclavista.
Por su parte, el texto “Cuba en Durban” describe muy bien la participación cubana en la Conferencia. El líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, presidía la delegación. Sus intervenciones en la magna cita fueron muy bien acogidas por sus interlocutores, sobre todo por aquellos comprometidos con proyectos políticos de justicia, igualdad y emancipación. De la Hoz menciona, igualmente, la visita de Fidel a Nelson Mandela, en Johannesburgo, una vez concluido el encuentro.
Veinte años después, la Conferencia, la Declaración y el Programa de Durban siguen siendo estandartes para la comunidad internacional. Rememorar el espíritu y la letra de aquel acontecimiento es una magnífica oportunidad para evaluar nuestros fracasos como seres humanos; incapaces, como somos, de aprehender que la diversidad en nuestra fortaleza y que solo la unidad nos puede salvar.
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NOTAS
1. Me adscribo al concepto de acciones afirmativas descrito por el destacado investigador cubano Tomás Fernández Robaina en su libro Identidad Afrocubana; Cultura y Nacionalidad. En él puede leerse: “…las acciones afirmativas son aquellas medidas que, aplicadas con un respaldo legal, autorizan y posibilitan el disfrute de derechos sociales, políticos y de otro carácter a los miembros de una minoría de manera proporcional en relación con el resto de la población, y facilitan el acceso de sus miembros a determinados espacios en los cuales históricamente han sido marginados. Así se aspira a lograr, con el tiempo, la desaparición de tal desigualdad”.