Violencia en personas mayores: una mirada al municipio de Plaza de la Revolución

Foto SEMlac Cuba.

Tomado de: www.redsemlac-cuba.net
Por Marbelis Orbea. Socióloga y Master en Estudios de Población. Especial para SEMlac Cuba

La violencia es un problema social extendido a nivel global y caracterizado por una gran complejidad para su abordaje. Entre sus principales características se reconoce su carácter multicausal y multidimensional. Otro aspecto importante a tener en cuenta es la idea de que la violencia asume particularidades según la edad y el sexo de las personas que la ejercen y la reciben, algo a tomar en cuenta para una correcta comprensión de ese fenómeno.

Actualmente, una de las manifestaciones de violencia más difundidas es la intrafamiliar, sobre todo la que se produce al interior de los hogares por motivos de género. Sin embargo, un grupo de población que suele ser víctima y apenas se visibiliza es el de las personas mayores. En la mayoría de las ocasiones, el abuso hacia ese grupo etario no es detectado y mucho menos denunciado, por lo que pudiera creerse, erróneamente, que no se produce. No obstante, las personas de edades avanzadas, en especial las mujeres, no están exentas de sufrir el flagelo de la violencia intrafamiliar, incluyendo aquella que proviene de la pareja, máxime si ello es reflejo de relaciones establecidas a lo largo de su vida matrimonial o de convivencia.

Al respecto, J. Corsi refiere que “en sus múltiples manifestaciones, la violencia es una forma de ejercicio del poder mediante el empleo de la fuerza (ya sea física, psicológica, económica, política…) e implica la existencia de un arriba y un abajo, reales o simbólicos que adoptan habitualmente la forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer…”.

En la literatura se utilizan distintos términos para referirse a la violencia que se produce en las familias: intrafamiliar, doméstica, entre otros. Como violencia intrafamiliar se asume la definición de J. Corsi, quien la entiende como todas las formas de abuso de poder que tienen lugar en el contexto de las relaciones familiares y que ocasionan diversos niveles de daño a las víctimas de esos abusos.

La violencia doméstica no es neutral frente al género, ya que las mujeres son, en abrumadora mayoría, las víctimas de la violencia perpetrada en el hogar. No se trata de una violencia aislada o hechos fortuitos, sino de un mecanismo de control patriarcal que trasciende las clases, razas y zonas geográficas porque se basa en la naturalización social de la superioridad masculina. Estas formas de violencia se manifiestan de muchas maneras, dejando como resultado un daño o sufrimiento físico, psicológico, económico o sexual a la víctima. Estos tipos de violencia no siempre aparecen de manera aislada, sino que en la realidad se imbrican provocando que la persona sea víctima de varias de estas manifestaciones a la vez.

Según investigaciones, el modelo familiar generalizado en la sociedad cubana está constituido por el hombre como principal proveedor, la mujer realiza la mayoría de las tareas domésticas y recibe muy poco o ningún apoyo en el hogar. Casi siempre son ellas las responsables del control y distribución del presupuesto familiar; pero en caso de que este sea compartido, a la mujer le toca decidir qué destinar para las necesidades cotidianas y al hombre decidir sobre las grandes inversiones. Las mujeres tratan, en muchos casos, de contribuir a la armonía familiar mediando entre los convivientes en el núcleo familiar para evadir conflictos intergeneracionales, ocultando hechos, aceptando opiniones o normas, y minimizando situaciones conflictivas a los ojos del compañero, para “evitar problemas”.

En las últimas décadas han visto la luz importantes investigaciones referentes a la violencia intrafamiliar, sobre todo aquella que se produce contra la mujer y los niños. Sin embargo, el conocimiento del maltrato hacia las personas mayores, aunque va cobrando interés, es mucho menor, sobre todo por la no identificación con el tema, incluso en profesionales relacionados con el cuidado de personas mayores.

El avanzado envejecimiento demográfico en Cuba justifica la necesidad de “mirar” a este grupo social que crece. Es decir, obliga a poner mayor atención, no solo a las necesidades emergentes desde el punto de vista económico y de salud, sino también a las diversas problemáticas sociales de una población de edad avanzada cada vez más numerosa, donde la violencia (en sus múltiples manifestaciones y contextos) no puede ser obviada.

Plaza de la Revolución: los resultados

¿Cuáles son las principales manifestaciones de violencia de pareja experimentadas por adultas mayores del municipio Plaza de la Revolución, en la provincia de La Habana?

Para la recopilación de información se aplicaron dos instrumentos fundamentales: el cuestionario y la entrevista en profundidad. El primero fue aplicado a un grupo de 16 mujeres del consejo popular Vedado. Los criterios muestrales fueron los siguientes: que fueran del sexo femenino, que tuvieran o hubieran tenido al menos una relación de pareja; que tuvieran entre 60 y 75 años de edad, que estuvieran aptas física y mentalmente y que tuvieran disposición para participar en la investigación.

La entrevista, en tanto, se le realizó a cinco mujeres a partir de similares criterios, pero incluyendo la certeza de que ellas eran víctimas de violencia y que se encontraban casadas o unidas. De esta forma, la muestra quedó conformada por 21 mujeres adultas mayores del municipio en cuestión.

De las 16 encuestadas, la mayoría se ubicó en el grupo de 65 a 69 años, para un 44 por ciento; seguido por el grupo de 70 a 74 (31 %) y, por último, del de 60 a 64 años (25 %). De ellas, el 69 por ciento eran blancas, el 19 por ciento mestizas y el 13 por ciento negras.

En cuanto al nivel escolar, 44 por ciento tenía el nivel primario terminado, 31 por ciento la secundaria, 19 por ciento eran graduadas de técnico medio y el seis por ciento tenía vencido el preuniversitario. Estos resultados muestran correspondencia con los observados a nivel de país y pueden ser un factor de riesgo para las mujeres, dado que al tener más baja escolaridad conocen menos sus derechos, cuentan con menos argumentos a la hora de defender su criterio, se sienten poco importantes y, por tanto, poco merecedoras de respeto.

Teniendo en cuenta la ocupación, 11 se declararon amas de casa (69 %), tres, jubiladas (19 %), una, trabajadora (6 %) e igual cifra pensionada (6 %). Esto se relaciona con la visión tradicional de distribución de roles desde los inicios del matrimonio, pues para la generación que hoy es anciana el hombre era el encargado de llevar el sustento económico y las riendas del hogar. Esto muchas veces implicaba no dejar salir a la esposa de la casa y otras formas sutiles o manifiestas de maltrato.

El 81 por ciento (13 encuestadas) declaró recibir afecto y cariño por parte de la pareja actual y, en correspondencia, esa misma cifra refirió que no había recibido violencia de su parte. Sin embargo, el 56 por ciento (9) declaró que la pareja le dejaba de hablar cuando se enojaba; el 38 por ciento (6), que la pareja no respetaba su dinero o bienes; el 19 por ciento (3) refirió haber recibido empujones y golpes; el 69 por ciento (11), gritos o insultos; y el 13 por ciento, (2) heridas y encierros.

El 50 por ciento (8) refirió haber recibido burlas; el 81 por ciento, (13) insultos públicos o privados y amenazas de golpes o abandono; al 56 por ciento (9) le prohibían estar con sus amistades; al 100 por ciento le gritaban; al 88 por ciento (14), le echaban la culpa de todos los problemas familiares y al 38 por ciento (6) las obligaban a tener relaciones sexuales en momentos inoportunos o indeseados.

En tanto, 44 por ciento de las entrevistadas (7) declaró que las parejas las acusaban de serles infieles y pasaban tiempo sin hablarles; al 19 por ciento (3) las criticaban por su cuerpo. En cuanto a la vida sexual, 5 (31 %) refirieron que su pareja las criticaba o se burlaba de su manera de tener relaciones sexuales y 3 (19 %) que las obligaban a tener relaciones sexuales después de haberlas insultado o golpeado.

Aquí se observa que las formas más referidas son las de violencia psicológica, esencialmente manifestada a través del maltrato de palabra. Además, ninguna de las opciones de la pregunta quedó en blanco, corroborando que el ciento por ciento de las encuestadas fue, en algún momento de su vida conyugal, víctima de violencia en la pareja.  El otro aspecto significativo es que las mujeres encuestadas vivenciaron más de un tipo de violencia en sus relaciones.

Se ha podido confirmar, además, que la existencia de violencia no está determinada por el color de la piel, la edad o la ocupación, sino que manifiesta la desigualdad latente que la sociedad ha asignado para uno u otro sexo.

Pese a las experiencias vividas y de los actos de violencia recibidos, 63 por ciento valora su vida matrimonial de buena, mientras que solo tres por ciento la visibiliza como regular y otro tres por ciento como mala. Este resultado es un claro ejemplo de la naturalización que tienen las manifestaciones violentas en el modo de vida de la mayoría de las mujeres encuestadas.

En paralelo, los resultados de la entrevista en profundidad arrojaron datos similares, solo que con esta técnica se logró profundizar en la historia de vida de las cinco mujeres entrevistadas, además de ahondar en sus dinámicas familiares.

Esta muestra estuvo conformada mujeres entre los 60 y 64 años de edad, casadas. Tres de ellas tenían color de piel blanco y dos eran mestizas. Todas eran amas de casa, dos con nivel escolar primario y tres, con nivel secundario.  

Al hablar de los recuerdos de su infancia, se obtiene como elemento común que la mayoría provenía de familias extensas, con varios hermanos de ambos sexos y con edades cercanas entre ellos. Describen que en la vida familiar existía una clara diferenciación de roles: las tareas domésticas les correspondían a las mujeres del hogar y las labores “más rudas” se destinaban a los varones.

En cuanto a las relaciones al interior de las familias, dos reconocen que existían grandes conflictos entre sus padres debido fundamentalmente a “los vicios de su papá” y “a los celos”. Ambas entrevistadas recuerdan haber sido castigadas y golpeadas por parte de sus padres en varias ocasiones.

“Yo vivía con un susto constante. Me la pasaba mirando para el camino esperando que mi papá apareciera para yo desaparecer, y mi mamá…(silencio)…mejor no le cuento”.

Cuatro de las entrevistadas mantenían el matrimonio de toda la vida, con hijos en común y un tiempo de relación de entre 40 y 45 años. La otra tenía dos hijos de un matrimonio anterior y estaba actualmente unida con otro hombre desde hacía 18 años. En la mayoría de los casos, compartían el núcleo familiar con nueras, yernos y nietos. Solo una de ellas vivía sola con su pareja.

Ante la pregunta de cómo eran las relaciones al interior de la familia, todas trataron de justificar una situación que, por sus expresiones y respuestas, demostraban la existencia de conflictos.

“Imagínese, uno vive lleno de estrés, tenemos demasiados problemas económicos y cuando mi marido llega a la casa a veces no se le puede ni hablar. Nosotros vivimos con los nietos y a veces hasta ellos cogen su manotazo cuando se ponen a molestarlo”.

“Yo ya no tengo la salud de antes. A mi marido le gusta que todo esté limpio y en orden, pero es que a veces no me siento con fuerzas para hacer las cosas (…) cuando sé que ya él está por llegar del trabajo me apuro haciendo las cosas para que él no encuentre nada por hacer. Mi nuera trabaja en la calle y solo hace algo en la casa el fin de semana”.

En todos los casos reconocieron que en sus modos de vida primaba el estilo tradicional de división de roles, en el que ellas se ocupaban de los quehaceres domésticos y ellos de la manutención del hogar. Al preguntarles sobre su vida de pareja actual y de las actividades recreativas realizadas en común, solo una comentó que “de vez en cuando salimos a algún lugar”.

En todos los casos se observa que prevalece el criterio del hombre, ellas no pueden divertirse, distraerse ni tener amistades. Sin embargo, son sacrificios que asumen de manera pacífica y tolerante, asumiendo que ese es el papel que “les toca” como mujer. Detrás de las palabras de las entrevistadas se pueden distinguir las expresiones de violencia, algunas veces de manera sutil y otras claramente manifiestas. Entre ellas se pueden mencionar el confinamiento de la mujer al espacio doméstico, el aislamiento social y las ofensas. Todas coincidieron en que no se sentían respetadas por sus esposos, pues siempre vivían en función de ellos y esa atención no era recíproca.

Las cuatro entrevistadas que conservaban su matrimonio de toda la vida reconocieron que, en etapas anteriores, habían sido agredidas físicamente por sus parejas y todas plantearon que en la actualidad eran constantemente agredidas verbalmente, tanto en público como en privado. En esos casos, los familiares más cercanos o la familia de convivencia han sido los que las han proveído de la protección o el auxilio que han necesitado, aunque reconocen que solo cuando han sido testigos de los actos violentos, pues en otras ocasiones los han mantenido ocultos a los ojos de los demás.

Cabría cuestionarse entonces por qué en estas condiciones de violencia la mujer permanece ligada al agresor. Variadas causas pueden explicarlo, pero se considera que un fuerte elemento está dado por la presencia en la subjetividad femenina de patrones culturales heredados, asociados principalmente a la representación de la mujer como dependiente afectiva y económicamente del hombre, como eje y sostén familiar, como responsable de mantener la unión del hogar y de garantizarle un padre a sus hijos.

Otros factores que pueden influir en que la mujer no se desligue del agresor son el temor que este les ha infundido a través de amenazas, o la disminuida red de apoyo social con la que cuenta la mujer-víctima, quien muchas veces no posee siquiera el respaldo de su propia familia. Asimismo, la baja autoestima, resultado de la conjunción de la historia personal y de sentimientos de desvalorización creados en la relación violenta